La única revolución posible en Neuquén, entre la vaca viva y la vaca muerta
Es el primer mes del año 2020. Un año con reminiscencias políticas históricas, porque recuerda inevitablemente a aquel “plan 2020”, que diseñara un equipo a cargo del arquitecto Ramón Martínez Guarino, durante el último gobierno de Felipe Sapag.
Fue en 1997, cuando se atravesó una época de seria carencia, con una notable reducción de los ingresos por gas y petróleo. La declinación del recurso convencional había empezado, y todavía no asomaba Loma de La Lata con el poderío gasífero que significó. Neuquén, entonces, empezó a hablar seriamente de las opciones económicas. Se reflotaron todas las ideas de ampliar superficies bajo riego, resurgieron los proyectos de represas (Chihuido), y la política comenzó a potenciar las opciones verdes. En ese contexto, los estudiosos del MPN, sin embargo, hablaban para adentro de lo difícil que sería enfrentar el gasto mayúsculo del Estado en sí mismo. Palabras como “ajuste” eran parte del diccionario, sin que nadie se ruborizara.
Y ahora es 2020. De aquel plan de Martínez Guarino algo se ha hecho, poco. En el medio, se explotó a fondo Loma de la Lata y el gas tuvo un reinado tremendo en la década del 2000. Pero fue corto, porque la política, entre privatizaciones y estatizaciones, peleando siempre por lo superfluo, agotó los yacimientos con una aceleración extractiva feroz y una industrialización mínima, y se pasó de tener gas de sobra, a no volver a tener lo suficiente para el mercado interno. El gas se comenzó a importar, hasta en barco, con precios escandalosos, que llegaron a rozar los 20 dólares el millón de BTU. La producción de energía se transformó rápidamente en un serio problema económico. En ese contexto, en 2007, Jorge Sapag, recién asumido, empezó a hablar de las arenas compactas, del tight, del shale, del fracking. Palabras en inglés que rápidamente se incorporaron al diccionario político. El nombre Vaca Muerta se hizo rápidamente popular. Eran tiempos, ya, de Cristina Kirchner. El gobierno estatizó nuevamente YPF con una brutalidad implacable, pero no para levantarla como otrora, sino para poder asociarla a las grandes multinacionales. La primera fue Chevron, ex Standard Oil, una compañía que arrastraba todas las maldiciones del tercer mundo anti-imperialista, las de Greenpeace, y las generales de todo el ecologismo, incluido el ancestral de los pueblos originarios.
Ahora, repito, es 2020. Y queda cada vez más claro que si los gobiernos neuquinos no desarrollan plenamente, integralmente, la economía, poco quedará ya para una política que se ha tornado repetitiva hasta el hartazgo, dueña de todas las frases y palabras comunes, y que solo parece renovarse cuando incorpora modas sociales que caen hacia América Latina por derrame de las controversias humanas de países que económicamente ya se han desarrollado, que son poderosos, y que tienen sociedades con un nivel de bienestar que -todavía- a nosotros nos es desconocido.
Neuquén, como en el 1997 de Sapag-Martínez Guarino, enfrenta la aparente confrontación entre modelos político-económicos que discuten sobre las vacas vivas versus la vaca muerta. Es, en realidad, un cotillón semántico, pues, en la medida que la sociedad no se apropie (con chances para hacerlo, por supuesto) de la noción de que es absolutamente imprescindible desarrollar toda la economía, y no solamente una parte funcional al bienestar del súper Estado, nada cambiará en la realidad más allá del lenguaje. Porque, así como la política “de género” no cambia en sí misma las costumbres sociales largamente arraigadas, tampoco cambiará la política un sistema de producción absolutamente dependiente de las actividades mineras extractivas, y que solo ha desarrollado el potencial productivo del agua y la tierra de manera parcial, acotada, y sin volumen suficiente como para generar opciones reales al gas y al petróleo, o por lo menos, complementarias de verdad para los hidrocarburos.
Podríamos decir que el desafío para Omar Gutiérrez (es consciente de esto, el Gobernador) es alimentar a las vacas vivas, con la vaca muerta. La ganadería, en Neuquén, necesita mayor volumen económico. Igual, la agricultura, que va desde los cereales hasta la fruta fina. Esto, a su vez, necesita de mayores superficies de riego, que son absolutamente posibles porque agua hay, y mucha. El turismo, también necesita mayor volumen. Para eso, hay que hacer una verdadera revolución, que deje, por ejemplo, de contemplar las Termas del Copahue como un reducto burocrático del Estado, y las ponga en valor de turismo internacional, a la altura de la importancia real que tienen sus fangos curativos. No se entendía el porqué en 1997, y tampoco se entiende ahora, de que destinos turísticos potencialmente tan fuertes, queden reducidos a un público escaso, una oferta misérrima, y una infraestructura propia del Homo Neanderthalensis.
Para entender cabalmente esto, y leer correctamente la parábola 1997-2020, es necesario que la política se aplique con mucho empeño a la construcción concreta, real, efectiva y rápida de una economía integral y diversificada en Neuquén, que posibilite márgenes de ganancias reales y concretos, y el crecimiento de un empresariado progresista y neuquino que deje de ser prebendario del Estado para transformarse en campeón de la inversión de riesgo y la construcción de capitales genuinos.
El gobierno de Omar Gutiérrez, este gobierno de ahora, ya tiene la posibilidad de hacerlo. Apenas se despeje la hojarasca política alrededor de Vaca Muerta, y se entierre la mediocridad que intenta contraponer lo convencional con lo no convencional, se liberará la energía suficiente para avanzar en el cometido. Es una oportunidad absolutamente impactante, histórica, única, tremendamente potente.
Por supuesto, puede fracasar. La manera más rápida de fracasar sería que, en lugar de que la sociedad haga suyo el desafío, se fragmente en mil pedazos, una disparidad en la que cada uno reclame para sí el beneficio, sin observar el bien común. Puede suceder esto, porque en Argentina siempre ha sucedido. Pero también puede suceder algo nuevo. Algo verdaderamente revolucionario. Construir economía, construir razones de bienestar, es la única revolución posible.
Fuente: Diariamente Neuquén.