Mauricio Filiberti: secretos, lujos y negocios del «rey del cloro», nuevo dueño de Edenor
Mauricio Filiberti tiene 72 años y un patrimonio de unos 300 millones de dólares. No aparenta ninguna de las dos cosas. Alto, atlético, rápido para los negocios, obsesivo en no dejar grieta que le dé pérdida, este empresario, que desde hace más de 40 años es el proveedor casi exclusivo del Estado de los químicos necesarios para potabilizar el agua que consumimos, quedó bajo los reflectores al comprar Edenor en sociedad con José Luis Manzano y Daniel Vila.
Se la adquirieron a Marcelo Mindlin, de Pampa Energía: pusieron 20 millones de dólares cada uno. El negocio -creen los inversionistas- no es ahora, en un mercado regulado, sin poder aumentar tarifas. Es a futuro.
Filiberti sostiene que la operación implica una diversificación natural. Su compañía, Transclor SA, es uno de los mayores clientes de Edenor, y considera lógico para sus intereses comprarla. Estaba obsesionado por meterse en el negocio de la energía desde hacía cinco años, cuando intentó con molinos de energía eólica y pujó con Manzano por comprar Gas Ban. Fue un trabajo de un año perdido, porque Manzano lo madrugó cuando aumentó la oferta en 30 millones de dólares.
Con Edenor, fue el propio exministro de Carlos Menem quien le propuso el negocio. Se conocen de Europa, donde vive Manzano. Compartieron mesas en Saint-Tropez y Mónaco con grandes petroleros. Entablaron vínculos sociales que se transformaron en comerciales. Filiberti analizó la oferta y meditó sobre sus socios, cuentan en su entorno. Finalmente se decidió. Invitó a Manzano y a Vila a comer a su casa de Nordelta y cerró el trato.
La compra de Edenor lo puso en la marquesina y lo sacó del bajo perfil. No es un negocio para ahora, sino para sus hijos, dicen en Transclor. Tiene cinco de tres matrimonios y un sobrino, todos involucrados en sus empresas. Ya dividió su fortuna mitad y mitad con ellos.
La compra de Edenor dividió aguas en el kirchnerismo. Julio De Vido y Luis D’Elía acusaron a Sergio Massa de ser el intermediario por parte del Estado en la operación. Fue después de que Massa en una entrevista en El País, de España, rechazó la posibilidad de impulsar indultos. Todos se conocen. Massa es amigo de Mindlin, exdueño de Edenor; a Vila lo une una amistad desde hace 20 años y con «Chupete» Manzano son conocidos también. A Filiberti lo trató en la Fundación Nordelta, en esas reuniones de caridad convocadas por Eduardo Costantini donde compartían la mesa principal de las celebrities y Massa hacía las veces de rematador en alguna subasta a beneficio.
Es el orgulloso dueño de un yate de acero de 64 metros y 3 millones de dólares, nave insignia de la flota del astillero italiano San Lorenzo. Cinco cubiertas, tres piscinas; dos garajes, uno de los cuales alberga una limusina, una parrilla gigantesca y una cava de vino para 500 botellas
En el entorno de Massa aseguraron a LA NACION que no estuvo en medio de la operación y que se enteró de la venta de Edenor por los diarios. Para aventar dudas, el titular de la Cámara de Diputados pidió informes a Pampa Energía para dejar registro de su prescindencia.
Malena Galmarini, esposa de Massa, preside AySA, la empresa estatal que tiene a Transclor como principal proveedor de un insumo clave para potabilizar el agua. En una entrevista con LA NACION, la funcionaria dijo esta semana: «El Estado debe ser el facilitador de un empresariado nacional. Prefiero que a Edenor la compren empresarios nacionales a que la compren multinacionales que después no tenés cómo discutir la suba de tarifas, las inversiones».
Filiberti conversa con la política porque el Estado es su cliente. «No tengo banderías políticas, soy un hombre de laburo que cada peso que gano lo pongo en fierros», repite en conversaciones privadas. No obstante, en cada campaña lo visitan para pasar la gorra.
Con Alberto Fernández se cruzó una vez en el Hotel Alvear, compartió una videoconferencia con Cristina Kirchner cuando la vicepresidenta inauguró una de sus plantas y a Mauricio Macri lo conoce socialmente, explican sus allegados. El año pasado Macri terminó dos horas a bordo de su yate de 64 metros, en el Mediterráneo, con Juliana Awada, por invitación del exmarido de ella.
Es socio de Nicolás Caputo, dilecto amigo de Macri, y de Alejandro Macfarlane, de Gas Camuzzi, con quienes tiene tres aviones de la empresa Patagonia Jet.
Filiberti construyó su imperio de la industria química sin haber terminado la facultad de ingeniería en la UBA. Comenzó su vida comercial comprando y vendiendo autos. Importaba vehículos de lujo, una de sus pasiones. Las otras dos son los barcos y los aviones. Navega desde que pudo comprarse un Segue en el Tigre y hoy es el orgulloso dueño de un yate de acero de 64 metros y 3 millones de dólares, nave insignia de la flota del astillero italiano San Lorenzo. Cinco cubiertas, tres piscinas; dos garajes, uno de los cuales alberga una limusina, una parrilla gigantesca y una cava de vino para 500 botellas. Está anclado en el Mediterráneo, aunque su deseo es vivir seis meses allí y a contratemporada navegar por el Caribe.
La Ferrari negra
La economía argentina hizo insostenible el negocio de los autos. No abandonó esta pasión que lo supo meter en problemas judiciales cuando Leonardo Fariña, el financista de Lázaro Báez, quedó prendado de su Ferrari California negra en Punta del Este. La vio frente a la casa esteña de Filiberti en el verano. Averiguó el nombre del dueño y el precio: 380.000 dólares. Fariña fue a buscar a Filiberti a Buenos Aires y lo esperó hasta que se presentó en su oficina. Le puso sobre el escritorio una mochila con los fajos de dólares, cash. Filiberti buscó formalizar la venta, pero Fariña demoró la transferencia. Fueron necesarias cartas documento. La operación le valió a Filiberti declarar tres veces en Comodoro Py 2002 y convertirse en el testigo estrella del juicio contra Báez por lavado. Todos escenarios incompatibles con su bajo perfil. Hoy Filiberti no abandona su pasión por los autos y maneja un Porsche 911 Carrera.
La Coalición Cívica denunció las relaciones entre Filiberti y José Luis Lingeri, el histórico jefe del gremio de AySA
Filiberti empezó con un socio en la industria química, pero con el correr del tiempo se quedó con la firma. A finales de los 80 comienza su historia con el cloro, lo que convirtió en lo que hoy es.
Conoció al dueño de la empresa que producía cloro en Uruguay y comenzó a importar a la Argentina sus excedentes. Sabía que la industria del cloro para la potabilización del agua era la menos rentable porque exigía inversión, brindar un servicio diario a las empresas de agua y daba poco retorno. Por eso con el crecimiento de su empresa diversificó el negocio proveyendo cloro para la fabricación de otros productos.
Hoy el 20% del negocio de Transclor es venderles a AySA y otras empresas de agua los químicos necesarios para la potabilización del agua. El resto consiste en vender la materia prima para la fabricación de glifosato y otros elementos. De hecho, fabrica todas las lavandinas que se venden en la Argentina, a razón de 25.000 toneladas por mes. El cloro es un componente vital en el 85% de los agroquímicos y tiene una participación de entre el 40 y el 75% en la manufactura de productos petroquímicos y farmacéuticos. Además, se usa para fabricar PVC, plásticos y hasta colchones.
El crecimiento de esos negocios le permitió construir una planta en Pilar de más de 300 millones de dólares, dedicada a la producción de policloruro de aluminio sólido para potabilizar el agua. Puede producir 400 toneladas de cloro por día (la necesidad de cloro de las empresas de agua es de 1400 toneladas por mes). Transclor factura 12.000 millones de pesos. A razón de 500 dólares la tonelada de cloro, el negocio con AySA es de 8 millones de dólares al año.
Filiberti es el proveedor casi exclusivo por licitación de los elementos para potabilizar el agua, lo que generó que la Coalición Cívica presentara un informe en el que señala las relaciones entre Transclor, el gremio de empleados de AySA, a cargo desde hace décadas de José Luis Lingeri, y la compañía.
Cuando Aguas Argentinas fue estilizada durante el gobierno de Néstor Kirchner, en 2006, el 90% del capital pasó a manos del Estado y un 10% restante fue para los trabajadores. Los franceses que manejaban la empresa le dieron al gremio de Lingeri la planta de AySA de Bernal, y a su vez en sindicato se la dio a operar a Filiberti.
Esta relación se mantuvo a tal punto que Filiberti terminó haciendo una inversión de 10 millones de dólares en la planta de Bernal de policloruro de aluminio. Finalmente, asesorado por Carlos Arslanian, decidió vender al Estado la planta por 6 millones de dólares y siguió facturándole como proveedor a AySA.
Cara a cara con Moreno
En el kirchnerismo le tocó negociar con Guillermo Moreno la importación de válvulas para los cilindros de cloro. Un insumo clave porque de esa pieza de bronce depende la seguridad del cilindro y que no explote con pérdidas de vida de los operarios. Las válvulas nacionales se hacían con bronce reciclado. Filiberti, cara a cara con Moreno, le dijo que prefería convertirse en contrabandista que en asesino y destrabó la importación.
La Coalición Cívica denunció que «Filiberti es un proveedor privilegiado del Estado»; en la empresa afirman que no hay otro. «AySA nunca compró cloro sin licitación y todas las ventas son por licitación», replican en Transclor.
Cuando llegó al poder Macri, el Gobierno intentó importar cloro para reemplazar a Transclor, pero no prosperó. Con el cambio de autoridades, el gremio de Lingieri dejó de controlar la planta de Bernal porque se estaba frente a un posible conflicto de intereses. Por eso AySA contrató ahora la operación de esa planta directamente con Transclor.
En la gestión de Galmarini, se bajó el precio del producto y se renegociaron las condiciones de pago. Antes Transclor cobraba a los 4 meses y ahora lo hace a 30 días. Según fuentes oficiales, bajó el precio del policloruro de aluminio de 470 dólares la tonelada a un precio que varía entre 430 y 370 según la cantidad que compre AySA.
Filiberti añora esas épocas en que nadie sabía quién era, excepto en las tertulias de Nordelta. Y se pregunta ante sus amigos en esas cenas porqué llama tanto la atención su yate cuando sus colegas acumulan autos de colección u obras de arte, sin tanta exposición pública.
Fuente: La Nación.