Negocios sustentables, un plan B que funciona
Se afianza en el país la promoción y organización de empresas que persiguen un triple impacto: económico, social y ambiental.
Hay un principio en la administración que se discute pocas veces: lo que no se mide, no se gestiona. Ante este desafío han respondido las 135 empresas argentinas o filiales de multinacionales que obtuvieron su certificación de Empresas B, básicamente preocupadas por incorporar en su modelo de negocio no sólo la dimensión económica sino también la ambiental y social.
Este movimiento surge como una respuesta a la insuficiencia del modelo del “viejo paradigma” enfocado en la indispensable sostenibilidad económica de la compañía. El uso irracional de los recursos naturales contribuyó a que cuestiones como el calentamiento global o el agotamiento del suelo hayan pasado, en menos de una década, de una advertencia de largo plazo a una amenaza previsible en las proyecciones financieras.
“En términos de negocio, el altruismo es un gasto que no es escalable ni sostenible. En cambio, el triple impacto está incluido en la empresa como un valor”, explica Francisco Murray, director ejecutivo de Sistemas B en Argentina. La clave, a su juicio, es una mirada sobre el para qué, lo que contribuyo a resolver (el propósito) y también cómo lo hago (el impacto).
En Argentina, el 75% son emprendedores y Pymes (que facturan hasta US$ 2 millones), quizás porque resulta mucho más fácil partir de cero que transformarse desde el esquema tradicional. Murray subraya que el perfil típico es de empresas nacionales con dueños visibles y presentes, que bajan línea de las prioridades. “Se requiere decisión política y compromiso”, concluye.
Florencia Benedicto es cofundadora de GEA Sustentable, un servicio integral de gestión de residuos reciclables, orgánicos y especiales para grandes generadores, que “nació con un propósito que va más allá del lucro y que compartimos con el resto de las empresas B: pretender ser las mejores empresas para el mundo y no solo del mundo”, enfatiza. A su juicio, el tener que validar una certificación y “rendir cuenta a todos nuestros stakeholders a través de un reporte anual de sustentabilidad, estamos obligados a innovar permanentemente. Esto nos convierte en empresas flexibles, adaptables, colaborativas y creativas”, sintetiza.
El origen. Uno de los precursores y actual presidente de Sistema B Argentina es el empresario Pedro Friedrich, que gestiona Tonka, una empresa productora de accesorios de artefactos de gas en la Argentina. Fundada en 1970, hace un tiempo inició un proceso de transformación hacia la configuración de la nueva economía, en un proceso que Friedrich califica como gradual para no alterar el impacto en los proveedores, clientes y sobre todo en la fuerza laboral. “Creamos una empresa B de agua y energía limpia para zonas remotas del país, que aprovecha la energía solar”, aclara. Su visión, luego de tantos años bregando por un cambio de paradigma productivo es que el cambio se aceleró y el que prefiera quedarse a resguardo en la “vieja economía” podrá salvar a su empresa y los puestos de trabajo un tiempo, pero morirá pronto inexorablemente por “la condena social y la dinámica del marco regulatorio”.
Si menos del 10% de las empresas con certificación B son grandes, es más curioso encontrar a un gigante multinacional que haya apostado institucionalmente en esa dirección: para 2025 espera tener todas las compañías de Danone a nivel local y mundial certificadas. “La compañía trabaja hace 25 años motivado por el doble propósito que los define y diferencia: brindar salud a través de los alimentos a la mayor cantidad de personas con foco en el cuidado del planeta”, explica Diego Buranello, director de Asuntos Corporativos de Danone Argentina.
En 2017 obtuvieron la primera certificación como empresa B de Aguas Danone y en 2019, la primera certificación de Nutricia Bagó. “Creemos que la única forma de operar es cuidando el ambiente y las comunidades. Por eso, las marcas apuntan a crear valor a través de propósitos relevantes para la comunidad: el cambio climático, el acceso al agua potable, la protección y regeneración de los ecosistemas y el manejo adecuado de los residuos de los envases”, finaliza.
Obtención.La certificación B consta de una medición del triple impacto en forma integral y monitorea cinco aspectos: la política de gobernanza de la empresa (por ejemplo, la equidad de género), la referida a los trabajadores (brecha salarial), la cadena de valor (relación con proveedores), el impacto ambiental y el impacto sobre los clientes.
Esta transición cuenta con una evaluación de impacto, que es gratuita y online, por la cual la empresa podrá realizar un autodiagnóstico. A veces requiere de ayuda profesional para poder hacerla sin alterar los equilibrios que se quieren preservar. Román Castro colabora en esta tarea desde la consultora En Terreno Social, una cooperativa de profesionales que tiene en su cartera de clientes a organizaciones de la sociedad civil y empresas que pretenden enfocarse en el triple impacto. “Acompañamos en el proceso de certificación B, ayudando a conectar la conectar la empresa a un modelo de negocio con un propósito, tratando de que por medio de los que una empresa ofrece dé solución a un problema social y ambiental y con rentabilidad económica “, explica. A su juicio, uno de los resultados es que empresas conectadas a un propósito “generan atracción de talento, de inversiones, de clientes y de consumidores”. Claro, otro tipo de consumidores, futuros colaboradores o proveedores. No como plan B, sino como primera opción para un futuro mejor.