La venganza de la vieja economía: se avecina un nuevo superciclo para las materias primas
Los problemas de stock y suministro de bienes primarios no se deben a la pandemia sino que tienen su raíz en cómo la crisis del 2008 y los QE golpearon a la vieja economía.
Es tentador culpar a la pandemia de Covid-19 por los problemas de escasez que muestra hoy la «vieja economía» en sectores que van desde la energía a otros productos básicos y materias primas, incluyendo la agricultura.
Pero, salvo algunos temas laborales, estos cuellos de botella tienen poco que ver con el Covid-19. La raíz de la crisis actual en la producción primaria se remonta a las secuelas de la crisis financiera y la década siguiente de rendimientos decrecientes y subinversión crónica en la «vieja economía».
Mientras envejecía la infraestructura y decaía la inversión, también lo hacía la capacidad para producir y entregar los productos básicos que son base de muchos productos terminados. El aumento actual del precio del gas, la escasez de suministro de cobre y los problemas de China con la energía son «la venganza de la vieja economía».
En el estancamiento económico que siguió a 2008, los reguladores centraron sus esfuerzos en los programas de flexibilización cuantitativa (QE, por sus siglas en inglés) para apuntalar los mercados. Los hogares de menores ingresos enfrentaron un lento crecimiento del salario real, inseguridad económica y limitaciones crediticias mientras veían cada vez más limitado su acceso a bienes. Los de mayores ingresos, por su parte, se beneficiaron con la suba de los activos financieros provocada por la QE.
Esta disparidad afectó duramente a la vieja economía. En la vieja economía, la apreciación se produce cuando la demanda supera a la oferta. Los hogares de mayores ingresos pueden controlar los dólares, pero los hogares de menores ingresos controlan la demanda de productos básicos dado su mayor número y su propensión a consumir bienes físicos en lugar de servicios.
Mientras disminuía la demanda de materias primas, también caían los rendimientos de esos sectores de la vieja economía. Esos menores rendimientos hicieron caer las inversiones de capital a largo plazo de la vieja economía -que tradicionalmente requieren un horizonte de demanda suficiente de cinco a diez años- y favorecieron las inversiones de corto plazo en la «nueva economía», en áreas como la tecnología.
Hacia 2013, esto quedó disimulado por China. Pero cuando comenzó a desacelerarse el motor manufacturero mundial y las materias primas iniciaron su caída histórica, la fuga de capitales de la vieja economía se intensificó.
La «vieja economía» estaba sobredimensionada y cargada de deudas. Si bien la vieja economía solo representa alrededor del 35% del PBI global, generó al menos 2 veces las pérdidas corporativas, tenía alrededor del 90% de la deuda no financiera y creó el 80% de las emisiones. Así, no resulta llamativo que los inversores prefirieran a las grandes empresas tecnológicas por sobre el petróleo y el cobre.
Después de que el precio del petróleo colapsara en 2015, los mercados se hartaron de la destrucción de la riqueza y casi detuvieron los flujos hacia la vieja economía. China abandonó agresivamente el estímulo a empresas deficitarias, como las minas de carbón. Y a medida que el cambio climático se convirtió en un tema prioritario, los inversores le dieron más importancia a las cuestiones ambientales, sociales y de gobernanza, lo que restringió aún más los flujos de capital.
La disminución de la inversión impidió que creciera la capacidad en productos básicos. Ese fue particularmente el caso de los hidrocarburos, un sector en el que la desinversión por razones ambientales, sociales y de gobernanza agravó un problema de subinversión ya creciente.
La gravedad de estas limitaciones fue quedando en evidencia a medida que los países comenzaban a recuperarse de la pandemia, que tuvo un efecto adicional al llevar las necesidades sociales al centro de las agendas legislativas. Ese crecimiento de la inclusión acentuó aún más la demanda de productos físicos.
Los shocks en esa parte del sistema están provocando un efecto dominó. La reducción de la producción de carbón en China afectó la capacidad de fundición de aluminio, creando escasez. La menor disponibilidad de gas obligó a sustituirlo por petróleo, lo que generó escasez de petróleo. El impacto continuo de shocks más pequeños y frecuentes en un sistema extendido genera un fenómeno emergente en el que los shocks transitorios llevan a una inflación persistente de los precios de productos físicos cuyo comienzo estamos viendo hoy.
Aquí es donde dejará su huella la venganza de la vieja economía. Los períodos de presión sobre los precios de las materias primas se repetirán cada vez que la demanda se encuentre con una infraestructura inadecuada.
Si se quieren cumplir los objetivos de lograr una prosperidad de base amplia con la construcción masiva de infraestructura verde, los precios de las materias primas deberán subir significativamente para incentivar la inversión. Esto es necesario para compensar los riesgos que implican los proyectos de inversión de capital a largo plazo y las complejidades de la transición a la energía verde.
JEFF CURRIE
Director global de Investigación en Commodities en Goldman Sachs