La energía en Argentina, atrapada entre dos fuegos
El buen político sabe que tener energía de calidad no gana elecciones; pero no tenerla hacer perder elecciones y gobiernos.
Es bien sabido que la energía es un insumo básico del desarrollo económico y social de un país. Sin un sector energético ordenado, eficiente y competitivo el país no funciona. Sin energía de calidad no puede haber ni economía nacional robusta, ni sociedad vivible. Sin energía solo hay caos económico y social; y por ende caos político.
El buen político sabe que tener energía de calidad no gana elecciones; pero no tenerla hace perder elecciones y gobiernos. El mal político cree en cambio que regalar la energía suma votos, pero no comprende que el corte y el mal servicio hacen perder elecciones.
Nuestro sistema energético está acorralado y sufre hoy los efectos de dos factores concurrentes: la guerra en Europa y los compromisos asumidos con el FMI que focalizaron en la Energía el ajuste de una macroeconomía desquiciada.
La guerra entre Rusia y Ucrania genera escasez de gas en Europa; y la escasez de gas en Europa provocó una suba de los precios del gas natural licuado (GNL) en el mundo, que multiplicó por 5 los precios del GNL en el periodo de paz. Algo similar ocurre con el crudo.
Esto afecta en forma directa a nuestro país porque, contrariamente a lo que se cree, Argentina es altamente deficitaria en gas natural y necesita importarlo en cantidades crecientes desde que perdió en 2011 su condición de país autoabastecido y excedentario.
El gas natural es el combustible más utilizado, es la columna vertebral de nuestro sistema energético y mal que nos pese el 25% de ese gas es importado y esa importación que en invierno alcanza al 40 % de los suministros proviene de la zona afectada por el teatro de operaciones de la guerra.
En este punto conviene puntualizar lo que los gobiernos se resisten a informar con trasparencia: el gas natural nacional viene recorriendo los 22 años de este siglo con una performance decadente prolijamente ocultada: la producción en 2021 es la misma que la del año 2000; y es 13 % inferior al máximo registrado en 2004. Las reservas comprobadas de gas –el corazón del negocio- descendieron en los últimos 22 años en un 40%, sin que se registren nuevos descubrimientos significativos.
Para este año se estima que las importaciones de gas natural que el año pasado representaron 2050 millones de U$S podrían elevarse este año a unos 5000 millones de U$S. Los dólares escasean y esto hace pensar como mínimo en un invierno con posibilidades de restricciones de suministro; que según como sean administrados, podría alterar la economía o bien el funcionamiento social en el caso de que los cortes sean soportados por la población residencial.
Por otro lado, la cuenta de subsidios energéticos y su evolución en el año y en los años subsiguientes van a ser un indicador del cumplimiento de las metas pactadas con el FMI. El año 2021 el sector energético recibió 11.943 millones de U$S; una cifra de alta resiliencia si se tiene en cuenta que en 2011 el sector recibió 11.804 millones de US$ por ese concepto y unos 133.000 millones en la década.
Esa cifra anual representa 2,6 % puntos del PBI y debe ser reducida de acuerdo a los compromisos asumidos en 0.6% del PBI este año. Eso implica reducirlos a una cifra no mayor de 10.000 millones de US$ en este año cuando todo indica que aumentarán en forma significativa.
En resumen, el sector energético argentino está en el plano táctico del día a día atrapado por una pinza que lo restringe en sus decisiones: por un lado, le complicará la adquisición del gas natural que será mucho más caro por falta de dólares; y por otro será presionado a reducir los subsidios respecto a los del año pasado. Un comentario aparte merece el extraordinario optimismo de la dirigencia política y empresarial argentina y también de parte del periodismo sobre las posibilidades hasta ahora no confirmadas de nuestro potencial gasífero.
Es frecuente oír en conferencias técnicas; artículos de opinión; discursos de funcionarios energéticos que Argentina poseería la “2° Reserva de gas no convencional el mundo”; lo que alimenta la idea a ambos lados de la grieta acerca de que Argentina podría aprovechar la coyuntura de los altos precios del gas derivados de la guerra para realizar exportaciones gasíferas sin precedentes. Se trata de un optimismo infundado que debe ser corregido.
En materia de Reservas Comprobadas, Argentina solo tiene contabilizado oficialmente 214.714 millones de m3 de gas no convencional en Vaca Muerta. Es una cantidad exigua que solo alcanzaría para sostener solo 4 años de consumo Argentina. Esta cifra oficial de reservas constituye un limitante para la firma de cualquier contrato de largo plazo de exportación que Argentina intente firmar de ahora en más. Por otro lado, la necesidad de construir infraestructura del Transporte, liquefacción y puertos impide considerar esta cuestión con seriedad. La certificación de reservas entonces es prioritaria y urgente.
Finalmente, en esta posición desesperada en que se encuentra Argentina de “atrapado sin salida” es conveniente no incrementar los errores cometidos al decidir sin estudios completos obras complejas de infraestructura inútiles: Argentina tiene una pésima performance en la construcción de gasoductos en el último cuarto de siglo. Ningún gasoducto realizado ha recuperado la inversión realizada y algunos ni siquiera han sido terminados: son ejemplos GNEA; el Gasoducto Mesopotámico; y los gasoductos a Chile. La causa no es otra que el haber sido realizados con estudios deficientes y fuera del contexto de una consistente Estrategia Energética nacional.
Fuente: Clarín