Este año habría menos cortes de gas a la industria
Las lluvias facilitaron la importación de energía eléctrica desde Brasil. Bolivia podría incrementar los envíos. Una estrategia audaz para gastar menos.
El buque belga Expedient, mayor abastecedor de gas del país desde el puerto de Escobar. Una política inteligente y audaz del gobierno permite ahorrar algunos miles de millones de dólares.
Aunque los meteorólogos vaticinan que este invierno tendrá oleadas de bajas temperaturas y Argentina está limitada en el gas que puede aportar a los centros de consumo, se diluye la posibilidad de cortes masivos a la industria que lo consume. Cierto apoyo de la región y buenas lluvias darían alivio al abastecimiento, aunque no mejoran mucho el cuadro fiscal: las compras de gas licuado de petróleo por alrededor de US$1.000 millones mensuales complican las cuentas públicas y el cumplimiento de metas con el FMI.
En un escenario macroeconómico y energético complicado, se empiezan a divisar chances de que las empresas no tengan que sufrir cortes que compliquen su rutina de producción, paralizándola o encareciéndola por el uso de carburantes más caros.
Al menos, esas interrupciones no se estiman ahora ni masivas ni prolongadas como se temía hasta hace pocas semanas, según la visión de varios expertos que asesoran tanto al Gobierno como a grandes compañías.
Una de las claves es que se empezó a importar 1500 megavatios desde Brasil, producto de un reciente acuerdo gestionado por Martín Guzmán y Daniel Scioli, que dejó conformes hasta a los observadores más escépticos de la gestión oficial.
Ese swap le permitirá al país devolver la electricidad desde el fin de la primavera, momento en el que no hay que atender un pico de demanda por el frío. Al mismo tiempo, exime de desembolsar ahora los dólares para pagarla, punto medular de la fórmula.
El gas lidera la matriz energética local y lo que se produce internamente no alcanza para atender toda la demanda. Brasil depende prioritariamente de usinas hidroeléctricas, por lo que el clima puede ser un bálsamo o un castigo.
Por ahora, las lluvias le permiten al país de Jair Bolsonaro mandar electricidad a través de los puntos de interconexión que hay en la Mesopotamia, en función de un pacto de caballeros con la administración de Alberto Fernández.
Esas mismas lluvias le dan más chances de producción a las centrales hidráulicas propias y así hay menos necesidad del gas que escasea y que hay que traer desde lugares remotos por barco a un precio muy superior.
El otro aporte brasileño involucra al tercer miembro del triángulo: Bolivia, que aumentó su venta a 14 millones de metros cúbicos-día y promete subirla hasta 20 millones, en caso que Argentina lo necesitara.
Como las reservas de ese país están decayendo, estas metas tal vez sólo son posibles si incumple un contrato con Brasil, que tienen prioridad de abastecimiento.
En verdad, todo indica que a la boliviana YPFB le conviene pagar la penalidad por incumplir su acuerdo con un vecino porque el convenio con Argentina es más lucrativo. La integración –que por ahora se está consumando de facto ya que los anuncios no se corresponden con documentos firmados– parece servir a todos.
Un productor de gas local cobra entre 3,5 dólares el MBTU (la unidad calórica); el gas boliviano se paga entre 12 y 18 dólares, según la época, y el licuado, que llega por mar, ahora bajó a 30.
IEASA, la firma estatal encargada de importar, licitó en marzo barcos con gas licuado por US$850 millones y las compras de abril, rozarían los 1.200 millones. Entre una cosa y la otra Argentina tendría casi cubiertas las necesidades energéticas hasta fin de julio.
La empresa pública optó por una estrategia mucho más audaz, de demorar las compras, esperando que el precio del GLP que Europa y Asia demandan con avidez baje de precio. Hasta el momento, un acierto.
El gas líquido cuesta el cuádruple que el año pasado. Pero en las últimas semanas bajó y las compras en tandas ayudan a capturar esa ventaja.
La conjugación de todos esos factores aligeraría la angustia de los industriales que requieren gas de modo intensivo para producir. De hecho, no hay un cronograma definido de interrupciones previstas, como se suponía que debía estar diseñado a esta altura del año.
Las grandes empresas se abastecen por contratos a precios muy superiores de los que pagan los consumidores residenciales o los comercios. En lo que va del año, las tarifas de gas y luz para esa categoría de usuario subieron de modo importante y, si a esto se le sumara tener paradas forzadas por la falta de combustible o la necesidad de reemplazarlo por otro más caro, complicaría el cuadro de costos.
Cuando apriete el frío intenso y haya mucho consumo en los hogares para calefaccionarse, habrá algunos cortes a industrias, aunque no en el marco de la parálisis extendida que se imaginó a principios de año.
Sin embargo, esas brisas frescas no llegan a las cuentas públicas. Más allá de los cambios de precios coyunturales, las importaciones energéticas siguen siendo una pesadilla.
Las onerosas importaciones en dólares son asumidas como un gasto del Estado, que hoy cubre el 75% del precio del gas que consumen los usuarios con tarifas reguladas. Así, el monto de los subsidios no encuentra techo.
En los últimos meses los déficits primarios y financiero de la Nación no dejaron de escalar, en parte impulsados por la subvención a la energía, que durante abril trepó 90% real. Es decir, ganándole cómoda a la inflación.
El acuerdo con el Fondo incluye el objetivo macro de bajar ese aporte fiscal el equivalente a 0,6% del PBI, algo que no parece factible e incomodará a Economía durante la revisión trimestral.
Para la secretaría de Energía pasar este invierno no implica desentenderse del próximo, cuando las angustias de la escasez van a reeditarse.
La gran apuesta a corto plazo es el gasoducto Néstor Kirchner, que permitirá llevar más gas desde Vaca Muerta a centro de consumos. Las previsiones presupuestarias están hechas, pero la falta de dólares complicó la compra de caños que Techint debe importar desde Brasil, y aún no empezó a licitarse la obra civil.
Si todo se encaminara, para enfrentar el frío del 2023 Argentina debería tener al menos 11 millones de m3 día más. Insuficientes para cubrir todas las necesidades, pero un paso importante para dejar de disputarle a los europeos y asiáticos el costoso GLP.
Después, podría pensarse en la segunda etapa de la obra, que consolide a la Argentina como una exportadora del gas que le sobre. Ya sea para despacharlo hacia el sur de Brasil o hacia alguna planta de licuefacción cercana a un puerto. De ahí, al mundo.
Para Economía, en 2027 se podría estar exportando US$15.000 millones anuales de gas licuado, luego de invertir 10.000 en una planta que permita licuarlo y en ductos que la alimenten. Gas en el subsuelo sobra. Lo que faltan son divisas para financiar la infraestructura.
Si para entonces los europeos definitivamente se independizaran del gas ruso, la idea sobre la que también trabaja Cancillería cobra más cuerpo: que la propia Europa aporte para la planta. China también es posible financista de alguna infraestructura, si se dan las condiciones.
Pero cualquiera sea la nacionalidad del potencial capital, querrá que antes se le garantice libertad para llevarse el gas y los dólares involucrados en el proyecto. Garantía que el Congreso no pudo ofrecer por su parálisis y obligó al Ejecutivo a buscar la vía de un decreto para facilitar la disponibilidad de divisas
Fuente: Clarín