El replanteo del orden mundial, una oportunidad para reconciliarnos con el futuro
En el mundo que viene, la Argentina puede ofrecer seguridad energética a América y Europa, mientras, a la vez, ofrece seguridad alimentaria a países del Asia Pacífico
Se equivocó Yuval Harari. En su best seller Homo deus plantea la inauguración de una nueva era libre de “hambrunas, pestes y guerras”, donde el Homo sapiens dará un salto cualitativo hacia la inmortalidad. Venimos de una pandemia que jaqueó el planeta, la invasión de Rusia a Ucrania abrió un frente bélico de duración y extensión inciertas, pero también destapó una caja de Pandora donde la amenaza del uso de armas nucleares volvió a estar en el tapete. Por si fuera poco, la saga del Covid y los impactos de la guerra en la restricción de flujos alimentarios a ciertas regiones (que se harán sentir en los próximos meses) auguran crisis alimentarias y posibles hambrunas en algunos países africanos. El Homo sapiens sigue expuesto a los mismos problemas existenciales de siempre, y, lejos de transformarse en Homo deus, a menudo se retrograda a seguir siendo “lobo del hombre”.
El párrafo anterior es para recordar que el año pasado, cuando el mundo comenzaba a recuperarse del coma autoinducido en materia económica y del prolongado aislamiento social con pérdida de muchas vidas, se instaló en el debate público la necesidad de toma de conciencia de otro problema de dimensiones planetarias que requiere repuestas cooperativas y acordadas de orden global: el cambio climático y la necesidad de reducir la emisión de gases de efecto invernadero. En 2021, y luego de la pandemia, estaba claro que los compromisos nacionales de reducción de GEI acordados en París, que no son vinculantes, tampoco son conducentes al logro de topes de aumento de temperaturas medias convenidas. Cristaliza entonces el objetivo de 0 emisión neta en 2050, con metas parciales en 2030. Muchos países asumieron compromisos de emisiones neutras y todo hacía prever que la transición energética con relevo de las energías fósiles por las energías renovables iba a acelerar su ritmo.
Pero en febrero de este año, Rusia invade Ucrania y provoca un shock energético mundial del que no se tenía noticias desde las crisis petroleras de 1973 (guerra de Yom Kipur) y 1979 (revolución iraní). Rusia es el tercero entre los mayores productores de petróleo en el mundo (alrededor de 10 MMb/d) de los que exporta entre 7/8 MMb/d, y la mitad a Europa. A su vez es el principal exportador de gas del mundo (exporta 643 MMm3/d de los 3500 que se comercializan en el mundo a diario). Antes del conflicto las exportaciones anuales de gas a Europa eran de unos 450 MMm3/d (40% del consumo europeo). La guerra trastocó todo. Ya hay dos impactos directos del conflicto en la transición energética que se vislumbraba el año pasado. El primero: la guerra potencia la preeminencia del paradigma fósil que domina la matriz primaria con más de 80% de participación entre petróleo, gas y carbón mineral. Esto se debe a que la energía fósil dispone de mayores sistemas logísticos, es de más fácil manipulación y tiene mayor sustitución. Temiendo por la disponibilidad de gas, Alemania ha rehabilitado la explotación del carbón mineral, y las minas de carbón de China y la India de dominio estatal están más activas que nunca. La guerra privilegia la energía más barata, accesible y segura. Segundo: la guerra procrastina (difiere aplazando pasos conducentes) el avance de la agenda ambiental. Si mañana podemos autodestruirnos, 2050 y la meta de emisiones neutras se alejan mucho de las prioridades dominantes. Además, el calentamiento ideológico que promueve el conflicto aleja al mundo de la agenda cooperativa que requiere el abordaje del calentamiento global.
Cualquiera que sea el desenlace del conflicto, la mayoría de los analistas especializados coincide en que habrá un repliegue en el proceso globalizador. Ya hace más de una década en el libro La paradoja de la globalización, el economista Dani Rodrik había planteado el trilema político que lleva a la economía mundial a elegir entre 3 opciones incompatibles en conjunto: hiperglobalización, democracia política y nación-Estado. Solo son conciliables dos a la vez. Rodrik ya anticipaba un mundo donde la democracia política tiende a reforzar los vínculos con la nación-Estado en contra de un mayor avance en el proceso de globalización. El conflicto bélico en Europa va a reforzar este proceso con replanteos geopolíticos y geoeconómicos. Los excedentes energéticos rusos buscarán nuevos mercados en China, India y Asia. Europa recurrirá a fuentes de abastecimiento alternativo en Estados Unidos, África y, tal vez, Latinoamérica. La seguridad energética vuelve al tope de la agenda global. Sin embargo, con avances y retrocesos, las tendencias que venían liderando las transiciones energéticas en el mundo mantendrán con vida la postergada agenda ambiental. Nos referimos a la reducción de la tasa de intensidad energética (más unidades de producto final con menos insumo energético); la sustitución intrafósiles (del carbón por gas natural); la creciente penetración de las energías renovables (con posible revalorización del aporte nuclear); la mayor electrificación de la matriz de consumo final (electrificación del transporte vehicular); la transformación de las redes eléctricas en redes inteligentes (digitalización e interacción entre oferta y demanda eléctrica); y el cambio sostenido en las preferencias de consumo de las sociedades desarrolladas por bienes y servicios con menos huella de carbono en su cadena de valor. Salvo escenarios disruptivos (nuevas tecnologías, nuevas fuentes en condiciones comerciales o catástrofes climáticas con alto impacto económico) las seis tendencias mencionadas impondrán el ritmo a la transición. Pero ya no se podrá saltear el rol del gas natural en la sustitución intrafósil como se especuló en la oleada del “tsunami verde”.
El reacomodamiento del orden mundial encuentra a la Argentina mal parada en materia energética. Reincidente en políticas fallidas, es importadora de energía y sufre la disparada de precios internacionales con una balanza energética deficitaria que trepará este año a los 5500 millones de dólares. A su vez, ignorando de nuevo costos económicos de la energía, el presupuesto de este año deberá afrontar subsidios de unos 15.000 millones de dólares que se financian con emisión inflacionaria. Pero el país tiene un gran potencial energético y su reinserción estratégica en el mundo por venir ofrece, a pesar nuestro, grandes oportunidades. El talón de Aquiles es la tasa de inversión. No alcanza con el ahorro doméstico, y la inversión internacional conoce nuestro prontuario de defaults e incumplimientos. Pero si un nuevo contexto de estabilidad política y económica logra captar el ingente volumen de inversiones que se requiere para desarrollar ese potencial (hoy centrado en Vaca Muerta), la Argentina puede ofrecer al mundo que viene seguridad energética a América y Europa, mientras, a la vez, ofrece seguridad alimentaria a países del Asia Pacífico (China, Japón, Vietnam, India, etcétera). No debe ofrecerlo solo, sino en conjunto con sus socios del Mercosur. Hay que recuperar un Mercosur hoy en estado agónico, consolidando la escala del mercado regional, integrando más la energía, la infraestructura y las telecomunicaciones, y reflotando el tratado birregional Mercosur-Unión Europea (ahora con nuevo énfasis en los flujos energéticos que interesan a Europa). El replanteo del orden mundial es una oportunidad para reconciliarnos con el futuro y con un proyecto en común.
Fuente: Daniel Gustavo Montamat, exsecretario de Energía y expresidente de YPF para La Nación