Agua: barbas en remojo para la Patagonia
El agua dulce del mundo comenzó a competir en las grandes ligas. Pero en este caso no es para celebrar -por lo menos dentro del submundo de los ciudadanos comunes-, sino para observar con preocupación este nuevo fenómeno y su repercusión en la vida diaria de millones de personas. No solamente observar, sino actuar; empezar a poner las barbas en remojo o curarnos en salud.
Es que desde mediados de este mes el mundo bursátil coronó una larga e indisimulada búsqueda, para que el agua -sí, el agua común, esa que sale de la canilla, que corre por nuestros ríos o que se derrama por las calles- se incorpore a los casilleros de Wall Street, para someterse al juego de oferta y demanda y establecer un precio de referencia.
Parece increíble, ¿no? Pero no lo es, es real y ese líquido incoloro, inoloro e insípido ha alcanzado la misma categoría que el petróleo, la soja, el trigo (y otros granos), el oro, etc.
Los patagónicos podríamos decir que somos afortunados al tener tantos reservorios superficiales y subterráneos que puestos en valores bursátiles nos capitalizaría como país y como sociedad, como ocurre con las existencias de otros recursos, como los hidrocarburos.
Pero temo que no será así, tomando como referencia la actitud histórica que hemos tenido para aprovechar con racionalidad y oportunidad estos bienes comunes y seguramente por inacción crearemos las condiciones para que otros vengan a aprovecharlos. Porque es evidente que ya hay una estrategia armada. En el reino del capital nada es improvisado.
Lejos ha quedado un día de 1975 en que leí en un “sueltito” del diario porteño La Prensa que los especialistas en agua del mundo, reunidos en Dublin, Irlanda, advertían la necesidad de crear y coordinar políticas entre países, para evitar que en 2020 (este año) se desataran guerras por el dominio de los acuíferos. Confieso que esa información me impactó y desde ese día comencé a informarme sobre este tema, que a pocos interesaba, especialmente en la Norpatagonia, en donde convivir con la abundancia de agua -reconociendo que mal distribuida geográficamente- formaba parte de lo cotidiano.
Hubo guerras en todas partes por este tema, pero el anuncio de Wall Street, justamente al terminar el último mes del año límite dado por aquellos especialistas, ha demostrado -por lo menos a mí- lo certero que fue el diagnóstico. Porque considero que este juego bursátil es el comienzo de la guerra moderna, que no se hace a caballo, con tanques o infantería. El capital maneja otras metodologías, con menor riesgo para ellos y más certeros que los métodos tradicionales.
O acaso no es una guerra silenciosa, el juego de subas y bajas de precios de los artículos que se cotizan en bolsa, llamados comúnmente como “commodities”.
California -el rico estado estadounidense- es el primer paso, pero ya se abrió la brecha, por donde las cotizaciones del vital elemento empiezan a fluir.
Podría o podríamos escribir mucho sobre la importancia del agua a lo largo de la historia de la humanidad y sus impactos políticos, económicos y sociales. Pero de tanto repetirse hoy son obvios, y se pueden sintetizar en que sin agua no hay vida. ¿Le daremos, al fin, verdadera dimensión a este concepto tan básico como abarcador de su importancia?
¿Qué hacer?
Ante estos hechos consumados, hay que armarse… de compromiso, de estudios, de una estrategia general, que nos reafirme como propietarios y administradores de vastos recursos acuíferos. Hay que incorporar la temática ambiental, y puntualmente del agua, a la agenda social y a las organizaciones de la población, especialmente de los partidos políticos.
Tuve la fortuna de militar en un partido que tomó a este tema como una de sus banderas, pero ni los resultados electorales ni la inserción de esas ideas fueron favorables, aunque quedaron semillas. Hoy pienso que seguramente no fueron las ideas, sino sus difusores los que no generamos adhesiones.
Tal vez ahora, con un contexto regional, nacional y mundial, distintos y con una crisis generalizada y en avance, haya una reacción hacia el interés por lo cotidiano, por lo que nos pertenece, y sin lo cual sería imposible la vida animal y vegetal.
Hay que revalorizar la existencia de acuíferos y asumir que cuando se advierte que están en riesgo estamos basándonos en información fehaciente.
Y cuando decíamos -y lo sigo sosteniendo- que el agua es más importante que el petróleo -en debates con funcionarios provinciales- lo hacíamos porque petróleo y gas sobra en el mundo y el agua escasea, porque sin hidrocarburos se puede vivir pero sin agua se muere todo.
No es novedad que el agua se ha convertido en un negocio, aunque conceptualmente es un bien social con el cual no se puede lucrar. Pero desde hace años -al menos en mi provincia- la venta de agua es uno de los negocios más lucrativos y en expansión. Este fenómeno debería hacer pensar a las autoridades provinciales, porque tiene un ente como el Ente Provincial de Agua y Saneamiento a cargo de la captación y distribución del líquido en gran parte de la provincia. Sin embargo, el EPAS no está bien conceptuado a nivel popular y se desconfía de la calidad del agua que entrega. Por eso, se da la paradoja que la administración pública, en sus tres poderes y niveles, compra agua en bidones, que en muchos casos traen el producto entregado por redes del EPAS con algún tratamiento complementario. También las petroleras compran millones de litros para sus procesos de fractura. Con estos dos ejemplos, demuestro que se ha roto el concepto de bien social no comercializable.
Neuquén y Río Negro tienen dentro de sus límites la cuenca interior más importante del país, además de decenas de lagos naturales y artificiales. Un enorme patrimonio. Es otro punto que identifica y une a las dos provincias, lo que nos da otra oportunidad para trabajos conjuntos. No solamente hay que avanzar en la preservación de la pureza (leyes hay y buenas, faltan controles), sino concertar políticas comunes y de integración para que el recurso no falte en donde ahora hay y llegue a las zonas en que claman por una gota. Será una buena defensa y no quedarnos a esperar nuevos acontecimientos, pensando que ellos ocurren en otro mundo, lejos de nosotros. Hoy en el mundo, sobre todo en el mundo de los intereses, nada queda lejos y menos resulta imposible, cuando puede generar dividendos.
Fuente: Río Negro.