Alberto Fernández participará del Foro Económico Davos, ¿qué líderes mundiales asistirán?
La reunión anual presenta a líderes mundiales, banqueros centrales, ejecutivos corporativos, así como celebridades y multimillonarios
El presidente Alberto Fernández participará la semana que viene del Foro Económico Mundial de Davos (WEF, según su sigla en inglés), que se llevará a cabo de forma virtual. Estará entre la nómina de oradores junto a otros mandatarios como los presidentes de China, Xi Jinping; de Francia, Emmanuel Macron; y la canciller alemana, Angela Merkel, entre otros.
Esta será la primera vez que Fernández participará de este evento. En la edición de 2020 el gobierno no mandó a ningún miembro del gabinete nacional. En cambio, fue el presidente de YPF y ex secretario de Finanzas, Guillermo Nielsen.
La conferencia se llevará a cabo entre el 25 y el 29 de enero. Estarán presentes de forma virtual 1000 líderes empresarios, que podrán escuchar al Presidente, que en los últimos meses del año pasado ya realizó varias reuniones en forma presencial y virtual con referentes del sector privado local e internacional en la búsqueda de inversiones para el país.
El rango de temas propuestos para el Foro van desde sistemas económicos y sociales justos hasta la digitalización y la crisis por el cambio climático, tomando en cuenta el contexto que está atravesando la economía mundial.
También participarán el primer ministro de Japón, Yoshihide Suga; la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen; y el primer ministro indio, Narendra Modi, afirmó la organización. Otros invitados, como la presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, el gobernador del Banco de Inglaterra, Andrew Bailey, y la directora general del Fondo Monetario Internacional, Kristalina Georgieva, también asistirán a estos debates.
El crecimiento económico debe ser «más resistente, más inclusivo y más sostenible», dijo el lunes el fundador del Foro, Klaus Schwab, en una sesión informativa.
La reunión anual del WEF, que generalmente se celebra cada enero en un complejo en los Alpes suizos, presenta a líderes mundiales, banqueros centrales, ejecutivos corporativos, así como celebridades y multimillonarios. El evento de forma presencial se pospuso a consecuencia de pandemia y ahora está programado para realizarse en mayo en Singapur.
Búsqueda de inversiones
En el ámbito empresarial se está tomando conciencia de que va a haber que empezar a tomarse más en serio las declaraciones de la diputada Fernanda Vallejos, la mujer del momento: no solamente demostró la capacidad de generar debates sobre los que debate todo el país, sino que tiene bien aprendidas algunas lecciones sobre política económica que, en general, coinciden con la que defiende Cristina Kirchner.
Ya durante la campaña electoral había sido la primera en hablar sobre un impuesto de 30% a los ahorristas compradores de dólares, una idea que en su momento parecía políticamente impracticable y que luego se transformó en el ya instalado «impuesto PAIS».
Luego, el año pasado, provocó una conmoción política al presentar un proyecto de ley que planteó la posibilidad de que las ayudas estatales a empresas en problemas pudieran tener, como contrapartida, la conversión de esos recursos en acciones de las empresas.
Esa iniciativa generó de inmediato una ola de críticas. Desde el macrismo hubo comparaciones con el chavismo, y se recordó las célebres expropiaciones exprés que hacía el fallecido comandante ante las cámaras de televisión.
Pero la diputada demostró una astucia política mayor a la esperada, y cuando le mencionaban a Venezuela ella respondía que su inspiración no era Chávez sino Angela Merkel. Claro, mencionaba el caso emblemático de Lufthansa, la línea aérea alemana que, tras haber visto desplomarse su facturación, fue objeto de un salvataje estatal por 10.000 millones de euros, a cambio de una participación accionaria de 9%.
Además, planteó que esa posibilidad de ayuda estatal a cambio de acciones podía ser una forma de proteger a compañías argentinas de «compras hostiles» por parte de fondos de inversión del exterior. Como por causa de la pandemia las cotizaciones bursátiles se derrumbaron, la diputada argumenta que las empresas argentinas son presa fácil de inversores que quieran comprar activos a precios de ganga.
Del otro lado del mostrador, sin embargo, los empresarios no sólo no le agradecieron su preocupación sino que vieron un inconfundible sello kirchnerista por avanzar sobre los derechos de propiedad privada.
Lo cierto es que, como resultado inmediato de esa propuesta de la diputada, de inmediato unas 300 compañías plantearon su deseo de devolver la ayuda que habían recibido del Estado, ante el temor de que ese favor luego tuviera que pagarse con participaciones accionarias.
Irónicamente, aquella advertencia de Vallejos sobre la fragilidad de empresas en crisis hoy se está materializando, en ejemplos como el de Edenor, una empresa que acaba de vender la mitad de su paquete accionario por u$s100 millones, un valor ridículo para una compañía que apenas tres años atrás había alcanzado una capitalización bursátil de u$s2.800 millones.
Claro, es tema de debate cuál es la mejor forma de defender las empresas argentinas desvalorizadas. Después de todo, la compra a manos de empresarios «expertos en mercados regulados» fue una forma de llevar la tesis de Vallejos a su variante del «capitalismo de Estado». Es decir, ponen plata empresarios que se avienen a reglas impuestas por el Gobierno, tales como el retraso tarifario, pero que eventualmente pueden generar un gasto estatal en forma de subsidio.
Y, por cierto, Vallejos había sido también una de las más entusiastas defensoras de la estatización de Vicentin, un proyecto del que el presidente Alberto Fernández se arrepintió de inmediato cuando vio renacer el fantasma de «la 125», con toda la clase media rural volcada a las protestas por sentir que se estaba atacando su estilo de vida.
Vallejos desempolva la «enfermedad holandesa»
Pero el punto máximo de la capacidad de Vallejos por levantar polvareda fue su ya famosa afirmación sobre que el país tiene «la maldición de exportar alimentos», una frase que ya rankea entre las más polémicas del año, y eso que tiene rivales de fuste, como la frase de Alberto Fernández sobre el precio del asado de los alemanes.
Lo cierto es que, más allá de la provocación que implica soltar semejante afirmación en un momento de crisis, la idea no es original de Vallejos. Más bien, la diputada demuestra ser una economista que ha asimilado bien algunas de las ideas que han animado el debate nacional y está dispuesta a reinterpretarlas en clave de siglo 21.
La idea de que un país puede sufrir por tener un recurso natural ansiado por el mundo es un tema analizado desde hace mucho tiempo por los economistas de todo el mundo. Es conocida popularmente como «la enfermedad holandesa». Recibe su nombre porque ese país descubrió, en la década de los ’50, grandes yacimientos de hidrocarburos. Al principio, celebraron como quien acaba de ganar la lotería, pero luego empezaron a notar un fenómeno extraño: su moneda se apreciaba a tal punto que toda su industria se tornaba poco competitiva para exportar, y el mercado se inundaba de productos extranjeros mucho más baratos, dejando a la industria nacional sin una protección natural.
¿Qué ocurría? Que el nuevo producto súper competitivo dominaba el mix exportador, provocaba un gran ingreso de divisas y entonces el tipo de cambio del país, que hasta ese momento había reflejado la productividad real de la economía, ahora pasaba a reflejar una productividad falsa, mucho mayor a la real, porque estaba influenciada por la exportación del nuevo producto estrella.
Les pasó a muchos países, y se llegó a considerar como «la maldición de los recursos naturales»: países condenados a exportar un único producto muy demandado a nivel mundial, sin chance de poder industrializarse.
En el mundo se intentaron varios «remedios» contra la enfermedad holandesa. Algunos plantearon subsidios cruzados desde el sector «privilegiado» al resto de la economía. Otros abrieron su política comercial, para que de la misma forma que entraban divisas también salieran en forma de importación -ese fue el «modelo australiano» que soñó aplicar el Banco Central durante el macrismo- y otros sacaron los dólares «excedentes» fuera del país, formando un fondo contracíclico. Sin ir más lejos, Chile ha elegido ese camino, y ese fondo le ha servido de ayuda en momentos críticos, como cuando hubo que reparar la infraestructura tras un terremoto.
Pero en Argentina ninguna de esas soluciones tuvieron mucho «rating» político. Más bien, aquí se prefirió siempre la aplicación de tipos de cambios múltiples, un dólar bajo para el exportador del producto estrella y para el que importa maquinarias, en simultáneo con un dólar alto para el que compra productos industrializados o quiere hacer turismo.
Parece una paradoja, pero en los momentos en que un boom agrícola hace ingresar una gran cantidad de divisas, a la Argentina se le genera un problema: tiene que elegir entre dejar revaluar la moneda -ante lo cual desprotege a su industria y encima provoca un déficit de cuenta corriente- o aplicar políticas intervencionistas, que fomentan la escasez y la inflación.
Ideas viejas, resultados opuestos a los buscados
Es todo un clásico del debate económico argentino, que cíclicamente recupera protagonismo. En general, ese protagonismo coincide con los momentos en los que se producen booms de precios agrícolas, como ya había ocurrido en el recordado conflicto sojero de 2008. Y no es casual que el tema reaparezca en un momento en el que la soja supera el nivel de u$s530 y se espera que el campo haga un aporte de divisas casi 40% superior al del año pasado.
En el fondo, lo que expresa Vallejos es una idea desarrollada por economistas que gozaron de prestigio en la década de los ’60, como Marcelo Diamand y Carlos Díaz Alejandro, que explicaron que Argentina tiene una estructura productiva «desequilibrada». Es decir, un campo súper competitivo a nivel nacional y una industria subdesarrollada. Y que la coexistencia de ambas es conflictiva, porque cuando subían las exportaciones, las importaciones lo hacían a un ritmo más rápido.
Esta situación llevaba a la clásica «restricción externa», que llevaba a devaluaciones que impulsaban el crecimiento y luego ciclos de recesión y déficit fiscal. El famoso ciclo del «stop and go».
Quienes fustigan esas teorías están, por estas horas, atacando a Vallejos desde los cuatro costados. «Burra, perversa e ignorante» están entre los epítetos más suaves que le dedicaron políticos opositores y economistas desde la TV y las redes sociales.
El argumento más fuerte en su contra es que si Argentina fuera un importador neto de alimentos, debería pagar la comida todavía más cara de lo que lo está haciendo ahora.
Pero, en realidad, el mayor punto débil en la argumentación de Vallejos es su alusión a la necesidad de un «desacople» entre los precios internacionales y los locales. Cada vez que se hizo ese intento, el resultado fue el opuesto al esperado.
Sin ir más lejos, durante la gestión de Cristina Kirchner, hubo regulaciones y cierres exportadores, en un intento por bajar los precios de la carne, el trigo y el maíz. El resultado fue una histórica caída en las producciones de los granos, una caída de más de 12 millones de cabezas en el stock vacuno. Y, como consecuencia involuntaria, escasez, suba de los precios y, para colmo, una super sojización del campo.
Las pistas sobre la nueva agenda K
Curiosamente, la preocupación que Vallejos demuestra por los precios de los alimentos no se extiende a lo que los argentinos pagan de más en otros rubros, como textiles o electrónicos.
Claro, en ese caso está el argumento justificador de que se protege una industria creadora de empleos, otro de los grandes mitos argentinos. Por caso, el kirchnerismo defendió el polo tecnológico de Tierra del Fuego, a pesar de que hubo estudios que demostraron que durante la gestión K insumían exenciones impositivas anuales de u$s2.700 millones, que cada trabajador suponía un subsidio estatal de u$s18.000 y que la isla dejaba un déficit comercial -es decir, perdía divisas- por más de u$s3.000 millones anuales.
Pero, lo peor desde el punto de vista que plantea la diputada: los argentinos consumen los artículos de electrónica más caros de la región.
En todo caso, el hecho de que ahora, en medio de un nuevo boom agrícola, la perspicaz Vallejos haya vuelto sobre el tema es todo una señal política: deja en claro hacia dónde está mirando el kirchnerismo cuando piensa en su consigna de «alinear precios, salarios y tarifas» en un contexto electoral. En otras palabras, ya hay un diagnóstico en el sentido de que la renta del sector agrícola es un factor inflacionario, además de un problema para el desarrollo del resto de la actividad productiva.
Fuente: I Profesional.