Descarbonizar las relaciones internacionales
Reducir las emisiones netas de gases de efecto invernadero es una tarea tan abrumadora que uno se siente inclinado a no pensar en los efectos colaterales de tener éxito. Pero hay que considerarlos. Deshacernos de los combustibles fósiles tendrá un impacto dramático en la geopolítica y el comercio internacional. Si queremos limitar el calentamiento global a dos grados centígrados, las emisiones globales de gases de efecto invernadero deberían reducirse a cero para 2085, y deberían empezar a hacerlo este año mismo año (en la década precedente, las emisiones aumentaron a una tasa del 1,5% anual).
Durante el proceso de descarbonización, el petróleo y el gas, fuentes de la mayoría de las emisiones, perderán importancia como herramientas de política exterior. En el pasado, importadores y exportadores han usado la energía como palanca diplomática, imponiendo embargos o sanciones (la OPEP contra Occidente en los años setenta, muchos Estados contra la Suráfrica del apartheid, los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU y Alemania contra Irán), jugando a la política de oleoductos (Nord Stream 2) y ofreciendo ventajas a aliados (los envíos con descuento de petróleo ruso a Bielorrusia).
Nuevo mapa del poder global
Las alianzas construidas sobre combustibles fósiles, por ejemplo entre Estados Unidos y Arabia Saudí, se debilitarán en un mundo descarbonizado, según un informe de la Agencia Internacional de Energías Renovables (Irena, por sus siglas en inglés). A ojos de las grandes potencias, pequeños petroestados como Azerbaiyán perderán relevancia. El petróleo y el gas dejarán de ocupar el centro de tantos conflictos y disputas en lugares como Libia e Irak, por nombrar solo dos que ocupan en la actualidad titulares en los medios.
Con la ruptura de las alianzas surgirán nuevas geografías del comercio: la electricidad es un bien comerciado regionalmente, mientras que el petróleo es transportado por todo el mundo. Las fuentes de energía renovables están además menos concentradas geográficamente que el petróleo y el gas, así que la producción energética pasará a estar menos concentrada en Estados bendecidos (o malditos) con reservas de hidrocarburos, y cuellos de botella estratégicos como el estrecho de Ormuz serán menos cruciales para el comercio internacional.
Como señala un informe del Belfer Center de la Universidad de Harvard, existe un riesgo de inestabilidad política para aquellos exportadores de combustibles fósiles que no sean capaces de mantener el gasto público y los estándares de vida de sus ciudadanos. Es el caso de Venezuela, donde la caída de los precios del petróleo ha contribuido al colapso económico y social del país. O el de Nigeria, donde las reservas de combustibles fósiles suponen el 40% de los activos del país.
El lado bueno de esto es que los importadores de energía de hoy ahorrarán dinero mañana. La Unión Europea, por ejemplo, espera reducir de manera significativa los 266.000 millones de euros que gasta al año importando combustibles fósiles.
Del cero al cielo
La Unión Europea será con probabilidad la primera de las grandes potencias en alcanzar la neutralidad climática, convirtiéndose en un interesante caso de estudio. La UE espera descarbonizarse para 2050.
Faltan tres décadas para llegar allí, no demasiado tiempo en comparación con transiciones energéticas previas. Estas son, en palabras del gran historiador energético Vaclav Smil, “asuntos graduales, prolongados”; para que un nuevo recurso alcance una cuota amplia en el mercado energético global, se suelen necesitar entre 50 y 75 años. La humanidad usó biocombustibles tradicionales (principalmente madera) y energía animal (caballos, bueyes, bíceps e isquiotibiales) desde el descubrimiento del fuego hasta 1800, cuando la importancia del carbón empezó a ser significativa y los humanos comenzamos a disfrutar del mundo moderno industrial.
El carbón tardó un siglo en convertirse en la fuente de energía dominante, una posición que mantuvo hasta los años sesenta, cuando el petróleo lo sustituyó. Desde entonces, la tendencia principal no ha sido la hegemonía de la energías solar o eólica, sino el auge del gas natural, que hoy es tan importante en el mix energético mundial como el petróleo y el carbón. En 2017, fuentes de energías bajas en emisiones, incluidas todas las renovables y la controvertida energía nuclear, supusieron solo el 28% del consumo de energía primaría en la UE. Esto deja muchísimos combustibles fósiles de los que deshacerse en una transición.
Sin embargo, 30 años es tiempo suficiente para que la demanda de la UE de combustibles fósiles se reduzca de manera gradual. La Agencia Internacional de la Energía (IEA, por sus siglas en inglés) estima que si el mundo lleva a cabo una “transformación profunda” del sistema energético para luchar contra el cambio climático, la demanda europea de petróleo caerá un 61% entre 2018 y 2040. Incluso aunque la IEA suela infravalorar el crecimiento de las energías renovables, parece ser que los europeos seguirán comprando muchísimo petróleo de aquí a 20 años.
Mientras tanto, se espera que la demanda europea de gas baje un 38% entre 2018 y 2040, aunque los analistas estiman que las importaciones de gas en realidad aumentarán a corto plazo a medida que la producción local se reduzca y las centrales eléctricas de carbón sean cerradas. Hasta ahora, una gran parte del progreso hacia la descarbonización se debe a la sustitución del carbón por gas natural, que emite hasta la mitad de dióxido de carbono por unidad de energía emitida que el carbón.
Muerte (lenta) de un viajante
Los ahorros de un país son los negocios perdidos de otro. ¿Qué pasará con quienes venden combustibles fósiles a la UE?
Rusia y Noruega venden más hidrocarburos a clientes de la UE que ningún otro país y son los que más tienen que temer de una descarbonización de la Unión. Es un problema real para ambos; ningún país puede menospreciar la pérdida del mayor cliente de su mayor industria. La mayoría del gas y petróleo ruso es vendido a la UE, una ventas que suponen alrededor del 40% de los ingresos del presupuesto federal ruso. Los combustibles fósiles son también la columna vertebral de la economía noruega.
Noruega es “altamente resiliente” a la descarbonización, de acuerdo con un informe de Irena. Ser rico ayuda: el fondo soberano noruego tiene unos 200.000 dólares para cada noruego. Pero el país no ha dejado de preparar sus defensas. Según Bård Lahn, investigador Cicero, un think tank noruego sobre clima, hay “una creciente toma de conciencia de que Noruega necesita prepararse para una Europa descarbonizada y reducir su exposición a las fluctuaciones del mercado del petróleo y el gas”. Una comisión del gobierno ha recomendado recientemente testar la economía ante un declive de la demanda de combustibles fósiles. Por ahora, sin embargo, “las políticas de crudo y gas se centran en maximizar la producción y las exportaciones. En particular, el gobierno noruego y la asociación de la industria petrolera han hecho esfuerzos considerables para persuadir a Bruselas sobre las ventajas del gas natural como ‘combustible de transición’”.
Rusia es menos resiliente. Tatiana Mitrova, investigadora en el Oxford Institute for Energies Studies, afirma que el país “no está bien preparado para la descarbonización, sobre todo la descarbonización de la UE”. De hecho, la mayoría de los afectados en Rusia la ven como una “amenaza existencial” para los ingresos derivados de las exportaciones de hidrocarburos.
Pese a todo, Rusia está aún menos expuesta que otros petroestados. Abdreas Goldthau, profesor en la Willy Brand School of Public Policy en la Universidad de Erfurt e investigador asociado en el German Council on Foreign Relations, explica que esto se debe en parte a que los combustibles fósiles rusos son en comparación baratos de explotar. “Rusia tiene costes relativamente bajos para el petróleo, así que podría mantenerse competitiva incluso en un mercado debilitado por una demanda decreciente de hidrocarburos”. Además, Rusia está expandiendo su producción petroquímica y diversificando sus exportaciones de gas, apostando fuerte por China. No hace mucho que empezó a enviar gas a su gran vecino a través del gasoducto Fuerza de Siberia, el mayor proyecto gasístico en la historia de Rusia.
¿Podría interesarte algo de hidrógeno?
Incluso si los exportadores energéticos no pueden vender tanto petróleo y gas a la UE en el futuro, no van a dejar simplemente de lado el mercado energético. En estos momentos, la Unión importa el 55% de su energía. En su estrategia climática de 2018, la Comisión Europea proyectaba que la “dependencia energética” europea caerá hasta un 20% para 2050. Ese 20% seguirá siendo un mercado lucrativo.
¿Cómo será el futuro mercado de la energía europeo? “Los Estados miembros decidirán su propio mix energético”, afirma un portavoz de la Comisión, al tiempo que señala que los informes oficiales de la UE dan una muy buena idea sobre las importaciones que aún quedarán en pie. (Las predicciones a 30 años vista hay que tomarlas con cautela.)
La estrategia de la Comisión asume algunas importaciones residuales de combustibles fósiles para 2050. Muchos de estos combustibles serán para uso industrial, como el gas natural utilizado como materia prima por la industria química. Algunos combustibles fósiles serán importados para alimentar barcos y aviones de larga distancia, difíciles de descarbonizar. La UE tratará de compensar estas emisiones con emisiones negativas en otro sector.
Algún porcentaje de las futuras importaciones serán bajas en emisiones. Una UE en proceso de descarbonización continuará importando biocombustibles, como madera o biodiesel obtenido a partir de plantas, aunque estos supondrán una pequeña parte del consumo total. Más significativa es la posibilidad de importar electricidad de países que produzcan energías renovables baratas, como las soleadas naciones del norte de África. Con el apoyo de la UE, Estados miembros están desplegando líneas de suministro hacia el Magreb vía el Mediterráneo.
El hidrógeno es la fuente de energía baja en emisiones más prometedora por la que Rusia y Noruega podrían inclinarse. Según Goldthau, incluso una UE descarbonizada probablemente seguirá importando energía de Rusia. Al principio, será hidrógeno “azul”, obtenido del gas natural, cuyas emisiones de dióxido de carbono serán almacenadas bajo tierra o reutilizadas. Más adelante deberá ser hidrógeno “verde”, obtenido usando electricidad renovable para dividir las moléculas de agua en átomos de hidrógeno y oxigeno.
Lahn afirma que algunos actores industriales de Noruega están interesándose por las exportaciones de hidrógeno, aunque se trata todavía de “una idea experimental”. Una ventaja aquí es que el hidrógeno podría ser transportado a través de las infraestructuras de gas natural ya en pie. Rusia y Noruega podrían así tener un argumento “verde” para seguir explotando sus grandes reservas de gas.
Pletóricos de energía
La humanidad seguirá necesitando una cantidad enorme de energía a diario en un mundo descarbonizado. Pero ya no podrá aprovechar toda la energía almacenada en plantas y animales que murieron hace millones de años y se convirtieron en petróleo, carbón o gas gracias al trabajo del calor y la presión. (En el fondo, casi toda la energía es energía solar.)
La descarbonización redefinirá la política exterior, pero de alguna manera la nueva geopolítica de la energía se parecerá a la vieja. Seguirá habiendo un gran mercado de la energía, sea de hidrógeno, electricidad o biocombustibles. Podrá haber nuevas maldiciones asociadas a recursos novedosos; en lugar de combustibles fósiles, metales raros esenciales para las tecnologías asociadas con las energías limpias, por ejemplo. Nuevas desigualdades emergerán a medida que las grandes potencias acumulan patentes de energías limpias. Y los países seguirán teniendo que problemas para cuadrar las cuentas de resultados debido a las importaciones de energía.
Por supuesto, esto solo sucederá si la humanidad es capaz de romper el molde de las viejas transiciones energéticas, no solo mediante la incorporación de nuevas fuentes de energía sino dejando atrás su adicción a las viejas, evitando así un cambio climático catastrófico. Los cambios geopolíticos derivados de ello serían los efectos colaterales de tal éxito.
Fuente: Política Exterior.