El acuerdo con el FMI y la inversión necesaria para crecer
Hay que recuperar niveles de inversión bruta promedio del orden del 25% del producto, y apuntalar una estrategia de valor agregado para sostener exportaciones de más de US $100.000 millones.
De los párrafos que en la última misiva de la vicepresidente no han merecido mayor consideración, destaco el siguiente: “Argentina, como el resto del mundo, fue y sigue siendo atravesada por la pandemia y los riesgos de una mutación y retorno permanentes. Nuestro país tiene el peso inédito de una deuda también inédita con el FMI. Es un momento histórico de extrema gravedad y la definición que se adopte y se apruebe, puede llegar a constituir el más auténtico y verdadero cepo del que se tenga memoria para el desarrollo y el crecimiento con inclusión social de nuestro país”.
Empiezo por el final, para estar de acuerdo con la ex mandataria, que un tema clave y prioritario de debate en la Argentina, es el desarrollo y el crecimiento con inclusión social, o, en síntesis, el desarrollo inclusivo.
El contexto dentro del cual se inserta el párrafo permite deducir que a la vicepresidente le preocupan las condiciones de negociación con el FMI, porque ellas supeditarían las posibilidades de ese desarrollo inclusivo. Aquí empieza mi discrepancia porque creo que la argumentación de la carta pone el carro delante del caballo.
Ya hemos sostenido en esta columna (Clarín 02-11-21) que el endeudamiento (con el FMI y con otros acreedores externos), y la inflación crónica de la Argentina, son consecuencia de una estrategia fallida de desarrollo económico y social, y no a la inversa.
El atavismo al consumo reactivador de corto plazo y la orientación productiva al mercado doméstico, con reincidencia en cepos, controles, atrasos cambiarios y tarifarios y mercados cautivos, nos condenan a repetir el ciclo de decadencia: estrangulamiento de las cuentas externas, abultados déficit de las cuentas públicas, devaluación y crisis financiera.
Para crecer y desendeudarnos hay que mutar a una estrategia de valor agregado exportable que potencie la inversión y las exportaciones, y donde el consumo doméstico alcance una nueva escala proyectándose al mercado regional.
El consumo doméstico y la sustitución de importaciones cada vez reactivan menos (este año apenas estamos recuperando la caída del colapso del 2020), y la reactivación se frena más rápido (el año próximo se desacelerará y volveremos al estancamiento inflacionario).
Es la inversión la que sostiene el crecimiento, y es la inversión de calidad la que sube el techo del crecimiento potencial del producto económico. Suele haber una confusión entre los ideólogos del consumo orientado al mercado doméstico con exportación de saldos. Se guían por la alta participación del consumo en la demanda agregada (entre el 60 y el 70%) sin correlacionar su importancia relativa en el producto con la de los otros componentes (inversión, exportaciones).
Es cierto que la inversión tiene menor participación en la conformación del producto, pero también es cierto que tiene una característica propia que la distingue del consumo: es parte de la demanda agregada mientras se realiza el proceso inversor, pero, una vez realizada, se suma a la oferta productiva ampliando la capacidad de generación de bienes y servicios.
Para ilustrar con un ejemplo actual. Cuando en Vaca Muerta las empresas deciden invertir haciendo un plan de pozos productivos, en lo inmediato son consumidores de materiales y servicios de perforación incluyendo equipos y tecnología de fractura, reactivando la demanda agregada.
Pero terminados esos pozos y puestos en producción, la inversión consumada aumenta la oferta productiva doméstica de hidrocarburos compensando la declinación de otros pozos y sustituyendo oferta importada.
Porque tampoco se tiene en cuenta en el debate, que la oferta agregada, a falta de inversión, descansa en una producción nacional que se ralentiza y cae, y en una oferta importada, que tiene que aumentar y demanda dólares.
Es más, mucha oferta nacional con destino al mercado doméstico que vende en pesos, necesita importar insumos que se pagan en dólares. El problema del modelo productivo orientado al mercado doméstico, autárquico, sostenido por el consumo reactivador y la venta de saldos exportables, es que no cierra ni en dólares ni en pesos.
Las crisis de las cuentas públicas y externas imponen endeudamientos traumáticos, inflaciones crónicas y explosiones devaluatorias con impacto sobre el empleo, la pobreza y la exclusión.
Peor, el paulatino empobrecimiento de los argentinos resta capacidad de reacción al nuevo intento reactivador que siempre se repite esperando distintos resultados (estamos empecinados en refutar a Einstein).
Según datos de las series “Dos siglos de Economía Argentina” de la Fundación Norte-Sur, la tasa de inversión bruta promedio de la Argentina entre 1857 y 1929 fue del 25%, con picos de casi el 50% en algunos años de la década del 80 del siglo 19, y del 35% en algunos años de las primeras décadas del siglo 20. Entre 1930 y la actualidad fue del 17%, con caídas muy significativas tras las crisis del 2001 y del 2020, cuando la inversión neta fue negativa (no repusimos ni el capital desgastado).
Hay que recuperar niveles de inversión bruta promedio del orden del 25% del producto, y la inversión reproductiva tiene que apuntalar una estrategia de valor agregado exportable que nos permita alcanzar y sostener exportaciones de más de 100 mil millones de dólares.
El plan de estabilización, que se plantea como exigencia del Fondo, pero que en realidad es condición necesaria para el relanzamiento económico argentino, debe contener medidas conducentes a la reorientación productiva que nos debemos.
Volviendo al principio: sí, el debate prioritario de la Argentina que viene es el desarrollo con inclusión social. La sustitución de importaciones no va más; consolidemos una base regional para vender al mundo valor agregado argentino a partir de las cadenas de valor ya competitivas.
Fuente: Daniel Montamat (fue secretario de Energía y también presidió YPF) para Clarín