¿El litio, el próximo petróleo?
En día de 1817, el químico sueco Johann Arfvedson encontró un material extraño, blando y plateado, en una mina de la isla de Utö. Los experimentos que vinieron después comprobaron que el litio, que tomó su nombre de la palabra griega para «piedra», era el metal más liviano de la Tabla Periódica. Para sorpresa de muchos, estaba en toda la Tierra. Sus altos valores de calor específico y potencial electroquímico anunciaban una perspectiva energética inédita.
En los años siguientes, la Humanidad empezó a usar sus derivados para tratar la depresión y la bipolaridad, para hacer lubricantes, alimentar reactores nucleares, fortalecer aleaciones aeronáuticas, depurar el aire en submarinos y en naves espaciales. Hoy, lo demandan las industrias de cerámica, del vidrio, de medicamentos y de almacenamiento de hidrógeno como combustible alternativo.
Desde que la industria tecnológica descubrió su potencial para alimentar baterías, el litio se convirtió en uno de los metales más codiciados del planeta.
Pero el litio empezó su revolución en 1991, cuando Sony presentó una filmadora con una batería chica, liviana y con mayor capacidad que sus antecesoras de plomo y níquel-hidruro. Su éxito rotundo se expandió a notebooks, tablets y celulares, además de permitir el despegue de gigantes como Samsung y Apple. También fue el momento cero en la industria de los autos eléctricos. En 2017 había tres millones; en 2030 podríamos llegar a los 125. Con la caída del petróleo, la «piedra» de Arfvedson va camino a ser el mineral más importante del mundo.
Litio nacional
En Argentina, la extracción se inicia con perforaciones de hasta 200 metros para llegar a la salmuera que contiene el litio. Una vez detectada, la solución se bombea a grandes piletas que aprovechan la alta radiación de la Puna, donde empieza la precipitación de sales, un proceso que tarda entre 18 y 24 meses. Cuando al pre-concentrado de cloruro de litio se le agrega carbonato de sodio, se genera el carbonato de litio: el polvo blanco que se vende a las fábricas de baterías.
Con más del 15% de la producción mundial, nuestro país es el cuarto exportador mundial, sólo detrás de Australia, Chile y China. Los clientes son el propio gigante asiático, Estados Unidos, Alemania, Japón, Corea del Sur, Francia y Canadá. Asociadas a las automotrices, sus mineras suman inversiones por US$2000 millones de dólares y encaran medio centenar de proyectos en 8.760 km2: más de 40 veces la superficie de la ciudad de Buenos Aires.
La explotación arrancó a fines de los 90, cuando la estadounidense FMC Lithium desembarcó en el salar catamarqueño de Hombre Muerto, donde hoy extrae 22.500 toneladas por año. El segundo proyecto, Sales de Jujuy, se estableció en el Salar de Olaroz como una asociación entre la australiana Orocobre, la japonesa Toyota y la provincial JEMSE, que tiene el 8,5% de las acciones. Con 14 mil toneladas en 2018, hay reservas para extraer 40 mil durante 40 años.
El oro blanco es el eje de una tensión creciente. «Argentina tiene potencial para convertirse en el principal productor mundial», planteó un informe que el año pasado presentaron el Estado Nacional y el Banco Interamericano de Desarrollo. Sin controles económicos, ambientales o sociales sólidos, las multinacionales se lo llevan con altísimas tasas de beneficio. Los estados sólo cobran regalías, cánones e impuestos; los dueños de los terrenos, tasas que a veces comparten con las poblaciones originarias.
La resistencia
En febrero del año pasado, la canadiense AIS Resources abandonó la exploración de la cuenca de Salinas Grandes y Laguna de Guayatayoc -una superficie de más de 17 mil km2 en las alturas jujeñas- después de una seguidilla de acampes y bloqueo de rutas. «Sentimos un profundo respeto hacia este entorno; no hay lugar para la explotación del litio», le dijo a la BBC Verónica Chávez, presidenta de Santuario Tres Pozos, una de las 33 comunidades del área. «Si tenemos que derramar sangre por la defensa de la Pachamama, lo vamos a hacer», anticipó ante el sitio Anfibia Néstor Alberto, presidente de Pozo Colorado.
Con información de las propias mineras, un estudio de la Fundación Ambiente y Recursos Naturales (FARN) concluyó que hay un riesgo «muy probable» de degradación irreversible de las reservas de agua: los pozos de producción de salmuera extraen más que la que se infiltra con las lluvias. Cuando se bombea la mezcla, el agua dulce de los laterales llena el espacio libre y se saliniza de forma irreversible, dejando sin recursos a cultivos, animales y personas.
Las simulaciones también concluyeron que para una producción anual de 40.000 toneladas de carbonato de litio se necesitan 26 millones de m3 de salmuera y 1,12 millones de m3 de agua dulce por año: el equivalente al consumo de una ciudad de casi 150 mil personas. Para completar el panorama, Sales de Jujuy reconoció descensos del suelo de hasta 40 metros.
Aunque la industria promete trabajo y desarrollo, el BID reconoce que «dado el carácter de capital intensivo de los procesos mineros, no se puede esperar un gran impacto en materia de empleo». En Jujuy se tradujo, durante 2018, en apenas 566 puestos. Las mineras prometen -y a veces cumplen- pavimento y gasoductos en parajes sin ganadería, agricultura ni turismo. Desde afuera, la dinámica de desarrollo, dependencia y riesgo ambiental luce irresoluble. Desde arriba, se promueve el statu quo. «No hemos visto ningún impacto en los recursos hídricos o en la vida silvestre», dijoel secretario de Minería, Miguel Soler, que también reconoció que el monitoreo está a cargo de las empresas.
Triple frontera
Con Bolivia y Chile, Argentina forma el Triángulo del Litio: el 80% de las reservas mundiales. Antes de que lo corrieran del poder, Evo Morales creó Yacimientos de Litio Bolivianos, que buscaba cubrir toda la cadena productiva, del salar a la batería. Chile fija rentas por exportación del 40% y parte del agregado de valor debe hacerse in situ. Acá ni siquiera se declaró recurso estratégico.
«Es indispensable y urgente tener conciencia de que el país cuenta con un recurso extremadamente valioso, y tomar medidas políticas estratégicas para su protección y explotación desde una perspectiva soberana», arenga un informe de la Universidad Nacional de la Plata (UNLP), que brega por la creación de Yacimientos Litíferos Fiscales. Con la reconversión de la industria automotriz, las ventas mundiales alcanzarían los US$7.700 millones en 2022. Mientras la encrucijada ambiental sigue abierta, asoma una certeza: el camino es la industrialización. Si una tonelada de carbonato de litio ronda los US$ 6000, una batería de auto llega a los US$30.000.
Sin controles económicos, ambientales o sociales sólidos, las multinacionales se lo llevan con altísimas tasas de beneficio.
«No sólo se trata de darle valor agregado al litio; es una oportunidad para generar trabajo a través del desarrollo de alta tecnología con sello nacional», insiste Arnaldo Visintin, investigador del Instituto de Investigaciones Fisicoquímicas Teóricas y Aplicadas de la UNLP, que estudia materiales para desarrollos de nuevas baterías de ion-litio. En esta década, la universidad concretó diferentes proyectos de movilidad limpia: un triciclo que hizo un viaje entre La Plata y Mar del Plata, la primera moto eléctrica del país, un ecobús que recorre en silencio las calles del bosque platense y un ecoauto que consume la mitad de energía que un acondicionador de aire.
En marzo de este año, el Gobierno Nacional anunció su disposición a dar el próximo paso: el recambio de los colectivos urbanos, cada vez más ruidosos y contaminantes, por otros a energía eléctrica, con una autonomía de 200 km y la industrialización del litio en la cadena de producción. Primero por los cimbronazos económicos y después por la pandemia, el plan permanece en pausa. Cuando pase lo urgente, volverá el tiempo de lo importante.
Fuente: La Nación.