Energía: frente a un cambio de época
Desde un punto de vista global, 2021 para la energía fue un año auspicioso. El año había empezado en abril con una “cumbre climática virtual” convocada por el presidente Biden en la cual cuarenta países –incluido el nuestro– comprometieron esfuerzos comunes y coordinados para mitigar el cambio climático.
Ese año la Agencia Internacional de Energía (EIA) publicó su ya célebre trabajo “Cero misiones netas 2050” que definió por primera vez lo que podría ser una Transición Energética Sistémica y exigente para el mundo con vistas a la COP 26 que se reunió en octubre en Glasgow. El denominador común parecía ser el consenso.
Lo importante era que un grupo de naciones relevantes se ponían de acuerdo en un objetivo común: controlar el incremento de la temperatura planetaria por debajo de 1,5 °C respecto de la temperatura de la era preindustrial. El motor de esos convenios venía impulsado por un acuerdo que incluía a los dos más grandes emisores/contaminadores: Estados Unidos y China, que representan un tercio de las emisiones globales de CO2 y que a su vez son las principales economías mundiales Por supuesto en esos acuerdos no podía estar ausente la Unión Europea, el verdadero adalid de la lucha contra el cambio climático. El acuerdo de esos tres bloques parecía ser suficiente para impulsar al mundo hacia un objetivo ambiental- energético concurrente y cooperativo. Era el momento del optimismo.
La realidad un año después nos muestra un mundo desunido; envuelto en una guerra europea que conmueve al planeta. Cada vez que sucede una guerra en Europa los muertos se cuentan por millones y las tragedias humanitarias son enormes. Esa guerra se desarrolla en estas circunstancias en un “teatro de operaciones” con un altísimo flujo energético entre países. Y ese alto flujo energético, cuando es –como ocurre en este caso– perturbado y/o interrumpido, genera impactos globales de gran magnitud.
Los precios de las materias primas energéticas volaron, el crudo casi se duplicó respecto a un año atrás; el gas natural licuado creció un 400%; el gas natural en EE.UU. es hoy 70% más caro que hace un año. Y peor aún: las cantidades físicas compradas que cada país recibirá son inciertas en el marco de una guerra. Los mercados de futuros cubren riesgos de precios futuros, pero ¿cómo cubrir los riesgos de no recibir las cantidades físicas compradas?
Es muy importante tener en cuenta que Europa es un conglomerado de casi 45 países, la mayoría altamente dependiente de suministro de gas ruso. El petróleo ruso con unos 4 millones de barriles por día representa más de un tercio de las importaciones de crudo de Europa. Hay que tener presente que Rusia con 1200 TCF es el mayor poseedor de reservas comprobadas de gas en el mundo y suministra el 40% del gas que consume Europa. Un dato más: el 85% de las exportaciones rusas de gas están dedicadas a Europa, la mayoría de las cuales se venden por una densa red de gasoductos que pasan por Ucrania. Un aspecto adicional es que la guerra en este caso se lucha con tanques y bombardeos, pero también, fuera del teatro de operaciones, con sanciones económicas que generan simétricas represalias por parte del sancionado.
Todo esto nos lleva a formular una afirmación: esta guerra provocará hacia delante efectos duraderos de diversa índole. En el sector energético la Planificación Energética Estratégica tomará en cuenta de ahora en más con mucho mayor rigor aspectos como la seguridad estratégica de los suministros para los países; y los análisis de vulnerabilidades serán más profundos. Es probable también que esta guerra genere cambios en los suministros: una Europa menos dependiente del gas ruso y más dependiente del “shale gas” americano; y al mismo tiempo, y como contrapartida, una Eurasia más abastecida desde Rusia.
Mientras tanto; ¿qué le espera a la energía en Argentina? Un país endeudado; con fama de mal pagador; sin moneda; sin acuerdos políticos de fondo; con una población que araña el 50% de pobreza cabeza a cabeza con una inflación de jerarquía planetaria por lo alta.
Mi respuesta es que Argentina, que es un país energéticamente decadente en el último cuarto de siglo, acentuará sus males actuales; esto incluye los de característica estructural: subsidios indiscriminados a los ricos y a los pobres para ganar votos; precios de los energéticos que no cubren sus costos de producción; influencias corporativas en las decisiones estratégicas que coexisten con un Estado débil y prebendarío; disminución de las reservas de hidrocarburos; decadencia productiva crónica en algunos rubros relevantes.
En este contexto debemos prestar atención a los males energéticos coyunturales que padecemos y que son la inevitable consecuencia de los problemas estructurales mencionados. Prestemos mucha atención a lo que significa para un país agrícola como Argentina la falta de gasoil para el campo o para el transporte; la falta previsible de gas el invierno; y los cortes de luz que tuvimos en enero de este año en los días de calor extremo con millones de usuarios sin servicio y con el sistema eléctrico operando al límite.
¿Es ese futuro descripto una condena firme; y por lo tanto inexorable?; ¿o tenemos todavía la posibilidad de un futuro mejor?
Me inclino por la salida de un mejor futuro posible. Para eso tenemos que operar un cambio de enfoque sobre cómo pensamos la Argentina. Hay que desterrar el falso optimismo que además de ser un infantilismo político nos lleva al fracaso creyendo que vamos hacia el éxito.
La política argentina tiene la obligación de hacer acuerdos realistas para fijar objetivos alcanzables en el corto plazo. El primer objetivo debe ser dar realismo a lo que hoy es una utopía sin fundamento temporal: Vaca Muerta. La política debe lograr poner plazo a los objetivos y fijar a estos en el tiempo. No es realista suponer como se lo hace a diario una Argentina exportando gas de Vaca Muerta en un tiempo corto. Y no es realista que el capitalismo argentino vaya a invertir US$ 10 mil millones para construir infraestructura de exportación necesaria en estas circunstancias. Y tampoco es realista que este Estado lo haga en su reemplazo.
No es realista regalar el gas y la electricidad y creer que va a haber inversiones para ampliar la capacidad instalada, la actual política lleva al incremento de la demanda y al corte del suministro si no hay inversiones genuinas.
El Estado debe ser realista respecto a su mediocridad y su vaciamiento en los últimos treinta años y mejorarse. Y el Gobierno, por su parte, debería ser consciente de esta falencia estructural para corregirla, entendiendo que nunca debe reemplazar lo que debe hacer un Estado eficaz y eficiente por el “consenso corporativo”, práctica habitual en la Argentina que ha ocasionado grandes pérdidas a la comunidad.
Fuente: Jorge Lapeña ex secretario de Energía de la Nación para Perfil