Gadano:“La energía nuclear es necesaria y casi imprescindible en la lucha contra el calentamiento global”
Julián Gadano es Director del Programa de Estudios en Energía Nuclear de la UNTreF; miembro de la Fundación Argentina Global y exSubsecretario de Energía Nuclear de la Nación. Es uno de los máximos expertos locales en energía nuclear. Sin abrir juicios de valor sobre la misma, es una de las fuentes de energía más polémicas.
En un extenso diálogo con El Economista, Gadano habla sobre la “mala fama” de la energía nuclear y explora sus motivos, detalla su posible rol en la transición energética en curso y el estado del arte en Argentina que, dice, “es un país nuclear”.
¿Por qué la energía nuclear goza de tan mala fama?
Diría que, principalmente, hay tres razones: la primera es el origen militar de la tecnología. Si bien las investigaciones sobre el átomo y particularmente sobre fisión nuclear, llevaban ya bastante tiempo antes de la guerra, y se desarrollaban con fines civiles (en universidades, principalmente), durante la guerra fueron puestas al servicio de la supremacía militar, y es debido a eso que fueron conocidas en forma masiva. Es decir, la población se enteró de lo que era la fisión nuclear por las bombas de Hiroshima y Nagasaki, y ese es el primer recuerdo público que se tiene de la tecnología. He participado de varias investigaciones de opinión pública en las que, cuando le pedías a los entrevistados que cierren los ojos e imaginen las consecuencias de un accidente civil en una central nuclear, te describían las consecuencias de una bomba: tierra quemada, humo, calor. Es inevitable que, al decir “atómico”, la gente piense en aparatos pensados para destruir. Es una desgracia, porque los usos de la tecnología son principalmente civiles, y muy beneficiosos, pero es así. En segundo lugar, los accidentes. La industria nuclear es la que tiene la tasa de cantidad de accidentes más baja del sector de la energía: solo ha habido 3 accidentes calificables como tales en los 70 años de historia de la tecnología en todo el mundo. Sin embargo, un accidente nuclear genera un impacto tan grande que queda en la memoria colectiva, y además genera reacciones en los gobiernos. El accidente de Three Mile Island paralizó el desarrollo nuclear en Estados Unidos por muchos años, mientras los de Chernobyl y Fukushima impactaron muy fuerte en algunos países europeos, como Alemania, Austria o Italia. Daría mucho para hablar el tema del impacto, porque es desproporcionado en relación a lo que los accidentes realmente fueron. A modo de síntesis creo que hay una narrativa catastrófica que es muy atractiva siempre, y la industria del entretenimiento y los medios han encontrado en lo nuclear un campo para esa narrativa, primero con la guerra fría y luego con los accidentes.
¿Es responsabilidad de los medios?
Por supuesto que no, es simplemente un hecho con el que la industria tiene que lidiar. Y por último están los residuos. Quienes decidieron en su momento qué tipo de tecnología utilizar y sobre todo qué tipo de combustible quemar, eligieron el isótopo 235 del uranio. Eso fue hace 70 años. Tuvieron sus razones y asumamos que fue una decisión racional en ese momento. Yo creo que en ese contexto lo fue. Pero el hecho es que el uranio235 tiene un período de decaimiento muy largo, de muchísimos años. ¿Qué significa eso? Que luego de quemado, el U235 sigue activo, y mientras lo está emite radiación ionizante. Por lo que hay que confinar ese material, primero en piletas hasta que baje su temperatura, y luego en lugares blindados de confinamiento. La tasa de accidentes asociada al almacenamiento de residuos en el mundo es bajísima, casi insignificante. Sin embargo, todo el mundo siente que están ahí, y que son “un tema”.
Eso aleja a la gente de la tecnología nuclear?
Sí, y diría además que hay dos factores más que hacen que parte de la población mundial no quiera a la energía nuclear cerca. Factores que tienen más que ver con el “marketing” de la actividad. Comparemos con la industria aerocomercial. Tomar un avión es tomar riesgo y, sin querer hacer comparaciones indeseables, es tomar bastante más riesgo que vivir cerca de una central nuclear. Sin embargo, luego de un accidente de aviación la gente no deja de tomar aviones, ni los gobiernos prohíben la aviación, ni hay marchas de organizaciones llamando a dejar de fabricar aviones. ¿Por qué? Yo creo que por dos motivos: la aviación comercial es vista como algo útil y necesario de manera muy directa y palpable (si quiero ver a mi tía que vive en Australia, me tomo un avión y al día siguiente estoy con ella; si quiero tener esa reunión de negocios en San Pablo, puedo hacerlo en 3 horas) cosa que no ocurre con la energía nuclear. Lo que la sociedad quiere es energía barata y simple, no importa de dónde venga. O, en todo caso prefiere asociar el origen con tecnologías acorde a la agenda de época: sol, viento? Lo nuclear últimamente no entra en esa narrativa. Luego haré referencia a por qué creo que eso está cambiando, pero ha sido así en los últimos 30 años. Y, finalmente, la realidad es que tomar un avión tiene “appeal”. Salvo que para quienes tienen miedo a volar, es lindo hacerlo. Incluso hoy, que ha perdido bastante del appeal que tenía hace 40 o 50 años, volar en avión es tener la posibilidad de ver el mundo desde el cielo? en fin, hay algo de magia en eso. La energía nuclear tuvo ese appeal en los ’60 y ’70 (había hasta personajes “nucleares” en la narrativa de ficción. ¿Quién no se acuerda de la Hormiga Atómica o el Hombre Nuclear? Pero lo perdió con los accidentes. La energía nuclear es necesaria, casi imprescindible diría yo, en la lucha contra el calentamiento global. Pero si no recupera una narrativa positiva en términos de necesidad y de “appeal” va a ser una cuesta más empinada.
En la actual lucha contra el cambio climático, ¿qué papel jugará la energía nuclear?
Bueno, justamente, cuando te decía que la energía nuclear era necesaria, me estaba refiriendo a eso. Hoy es casi un hecho que el mundo occidental (porque el oriental nunca se fue) está volviendo a la energía nuclear. Con excepción de Alemania y un par de países más, casi toda Europa está considerando volver a la energía nuclear como opción, frente a las dificultades para cumplir con los objetivos de la cumbre climática de París de 2015, la COP 21. El calentamiento del planeta es una tragedia global, y más del 50% de las contribuciones a esa tragedia proviene de la generación de energía o el transporte. Es irracional no recurrir a la energía nuclear, que es limpia, confiable, segura y estable, como parte de la solución. Lo vemos en declaraciones de líderes europeos, de Canadá o de Estados Unidos, impensables hace 5 años apenas. Y eso es bueno porque habla de que finalmente se ha optado por encarar el problema desde la búsqueda de soluciones. Sin embargo, esto no significa que se construirán masivamente reactores nucleares de la noche a la mañana. Y mucho menos los grandes reactores que se han construido en las últimas décadas. Porque, además del tema de la licencia social (esto es, la voluntad de la sociedad civil de aceptar la energía nuclear), tenemos un problema bastante más concreto: la energía nuclear se ha vuelto cara. Construir un reactor grande, de los últimos que se han diseñado, lleva muchos años y requiere de mucha inversión de capital (que, obviamente, hay que amortizar luego, en general vía tarifa eléctrica). Por otra parte, nadie tiene ese capital (miles de millones de dólares) disponible, por lo que hay que recurrir a préstamos, que implican pagar un interés, que a su vez impacta en el costo. Asimismo, los crecientes requisitos de seguridad impactan en los costos de operación: la tecnología nuclear puede proveer casi cualquier requisito de seguridad, pero nada es gratis. En un mundo de petróleo caro y Guerra Fría, la energía nuclear tuvo un techo alto para crecer. Pero ya no hay guerra fría, y los costos de generación se han vuelto más competitivos, porque aparecieron las renovables y porque la industria de hidrocarburos se volvió más eficiente. Pero, además -aun teniendo costos altos- el volumen de construcción de centrales nucleares que hubo en los ’70 y ’80 del siglo pasado permitía que la industria creciera aun con márgenes bajos. Los accidentes de Ucrania y Japón hirieron de muerte ese modelo. El volumen cayó exponencialmente, los costos subieron, se destrozaron las cadenas de suministro que hasta ese momento funcionaban muy bien. Consecuencia: los pocos reactores que se construyeron en occidente después de Fukushima duplicaron sus tiempos y llevaron los costos a un nivel tal que, o las grandes corporaciones nucleares quebraron, o tuvieron que ser rescatadas por los gobiernos. ¿El fin de la energía nuclear? No. Pero seguramente sí el inicio del fin de un ciclo dominado por grandes reactores, construidos ad hoc a cada sitio, por grandes corporaciones “all-in”. Este modelo no va a desaparecer en todo el mundo mañana mismo (países como China o Rusia tienen o han creado condiciones para que sobreviva) pero estoy bastante seguro de que no va a prosperar en occidente, al menos como el modelo hegemónico. Pero, como dije, esto no es el fin de la energía nuclear. La industria ha reaccionado y, por primera vez en 70 años hay un cambio de paradigma. ¿Qué significa esto? Hay modelos nuevos, diferentes de los existentes hasta ahora (que, para serte sincero, fueron en lo esencial lo mismo desde su nacimiento, con algunas mejoras en seguridad). Modelos más chicos, modelos que no refrigeran por agua, incluso reactores que no usan U235 como combustible. Hay, sin lugar a dudas, una revolución tecnológica como hacía décadas no había en la industria nuclear. Pero también ha cambiado -y esto es muy importante- el modelo de negocios. Del reactor gigante provisto por corporaciones gigantes que te daban todo (diseño, construcción, hasta operación a veces) a empresas pequeñas que arman redes de socios y proveedores dinámicas alrededor del mundo, buscando eficiencia. Y de modelos de negocios basados en préstamos soberanos a proyectos financiados en el mercado de capitales, de corta duración y rápido retorno (modelo muy parecido al de las energías renovables) que impactan muy favorablemente en el costo de los contratos de suministro. En Estados Unidos, por ejemplo, los nuevos reactores prometen costos un 60% inferiores a los de los reactores grandes, volviéndolos competitivos con las centrales de ciclo combinado, sin emitir gases de efecto invernadero. Habrá que ver si finalmente esto es así “en la cancha” pero yo soy muy optimista al respecto.
¿Cuál es el lugar de Argentina en materia de energía nuclear?
Argentina es un país nuclear. Es el país con mayor desarrollo tecnológico de América Latina, tiene una industria privada de calidad, y sobre todo tiene 70 años de desarrollo tecnológico consistente. Para decirlo de una manera clara: jugamos en primera en lo que a desarrollo nuclear con fines pacíficos refiere. No somos Boca o River, ponele. Pero jugamos en primera. A través de INVAP, Argentina se ha consolidado como el primer exportador mundial de reactores de investigación y uso médico en el mundo. Somos también una referencia mundial en materia de radioprotección, radioisótopos de uso médico, como en muchos otros campos. Hay muchos argentinos que saben mucho del tema, en nuestro país y alrededor del mundo. El nuclear es uno de los clusters tecnológicos más sofisticados de nuestro país, lo que nos ha dado prestigio y relevancia. Pero el prestigio hay que alimentarlo todos los días, y hay que tener cuidado de no enamorarse del pasado. Argentina puede tener un lugar en esta revolución tecnológica que está ocurriendo, pero para eso tiene que ser consciente de que el mundo ha cambiado y que no podemos hacer lo mismo que en los últimos 50 años. Voy a darte un ejemplo que me parece que es claro. Argentina, es bueno aclararlo, no tiene un rol relevante en materia de diseño de reactores de potencia, esto es: para generar energía eléctrica. Ese mundo es un club muy pequeño al que Argentina hoy no pertenece. Los tres reactores que operan en Argentina son de diseño extranjero. Más allá de alguna narrativa enamorada de llamarlos “proyecto nacional” o “tecnología propia” lo cierto es que no fueron diseñados aquí. Lo cual no debe sorprendernos, ya que se trata de una tecnología que requiere de escalas muy pero muy grandes para ser viable. Sin embargo, por esas vueltas de la vida, la revolución tecnológica y la búsqueda “por lo pequeño” nos da una oportunidad. La Comisión Nacional de Energía Atómica viene desarrollando (desde hace muchos años) un modelo de reactor pequeño: el CAREM, cuyo prototipo se está construyendo en el sitio donde están las centrales Atucha, en la Provincia de Buenos Aires. El CAREM es un prototipo de reactor pequeño que le ha permitido a la CNEA (y a la Argentina) desarrollar planteles y conocimiento en materia de reactores, no sólo en la propia CNEA sino en las empresas privadas que han actuado como contratistas. Ese, para mí, es un elemento súper importante. Es decir, hay gente y empresas que saben de reactores pequeños en un momento en el que el mundo reclama eso. Podemos tener la oportunidad de estar en lugar correcto en el momento apropiado. Y vender tecnología. La tecnología es un bien de altísimo valor agregado, generadora de empleos de calidad, y es a la vez un imán para atraer capitales. Sin embargo, tenemos que ser realistas también, y entender que no todo es color de rosa. Hay varios elementos que hay que tener en cuenta para que lo que hoy hacemos se transforme en un proceso virtuoso. En primer lugar, hay que entender que el CAREM es un prototipo que, así como fue diseñado, jamás será competitivo comercialmente. Es un modelo complejo y por lo tanto poco amigable para una operación competitiva. ¿Es esto malo? No, para nada. Siempre y cuando no caigamos en la tentación de prometer que ese modelo será competitivo alguna vez. La gran ventaja del CAREM es que le permitió a la CNEA, a los profesionales, y a las empresas argentinas, pegar un salto en materia de conocimiento sobre reactores. Pero sería un gran sinsentido si luego de terminado no pasa nada. La diferencia entre un proceso científico-tecnológico social y económicamente viable y un “chiche”, reside en lo que pasa después de que un prototipo está terminado. Tenemos que pensar en lo que pasa después, y construir los consensos para ello. Y “lo que pasa después” no puede ser el Estado Nacional poniendo nuevamente decenas de miles de millones de pesos sin garantías de que eso se va a transformar en valor exportador. Esto nos lleva al segundo tema. La CNEA viene desarrollando el CAREM desde hace años, y ha tenido para ello el apoyo de varios gobiernos. Principalmente dos: los gobiernos de Cristina Kirchner y el nuestro. El apoyo fue político, institucional y también económico. Nosotros le pusimos al CAREM (y está certificado en el Banco de Proyectos de Inversión) US$ 400 millones. Entiendo que los gobiernos de Cristina Kirchner le pusieron otro tanto. Es decir, el CAREM logró que gobiernos muy disímiles en muchos campos tuvieran coherencia en éste. Ambos apoyaron la construcción del prototipo CAREM, sin fisuras y sin condiciones. Es un logro, sin dudas,de la CNEA (y también de los gobiernos, digamos todo) haber tenido esta coherencia. Bien. Llegó el momento de que la CNEA diga con claridad cómo y cuándo lo va a terminar. Dentro de muy pocos años habrá reactores pequeños en el mundo operando, y el mundo no nos va a esperar eternamente. Es necesario terminar el prototipo, y es necesario terminarlo en tiempos y costos razonables. Se ha invertido ya mucho tiempo y mucho dinero. En tercer lugar, terminar el prototipo es un paso central, pero no es condición suficiente para que en algún momento se vendan y construyan reactores de diseño argentino en algún lugar del mundo. Como te dije antes, el CAREM no es un modelo comercial. Es una oportunidad para que se desarrollen modelos comerciales. Y aquí se abren dos caminos, no contradictorios entre sí, sino más bien complementarios. Por un lado, podría generarse un consorcio público-privado para -aprovechando el “momentum” que significará la puesta en marcha del prototipo- mostrarle al mundo un modelo competitivo. Pero para ello hay que ponerse a trabajar ahora. Y quiero decirte algo que sé que será polémico pero que debería ser de sentido común. En todo el mundo los modelos comerciales y competitivos los desarrollan empresas o consorcios de empresas. Ahí no hay grieta entre oriente y occidente. Pueden ser públicas, privadas o mixtas, pero empresas. Porque las empresas están pensadas para buscar viabilidad comercial porque viven de eso (si son empresas de verdad, claro). No habrá modelo comercial si no queda en manos de empresas. Puede haber muchos anuncios (y más plata gastada) pero no habrá modelo comercial viable si no se pone a una empresa o consorcio de empresas a cargo. INVAP se creó, entre otras cosas, sobre la base de esa convicción. Por otro lado, luego de 70 años de desarrollo tecnológico nuclear nacional, y contando con empresas y recursos, le tenemos que perder el miedo a la inversión extranjera (cuidando los temas de propiedad intelectual y de seguridad nacional que haya que cuidar). Por un lado, necesitaremos de capitales (no podemos seguir exigiendo sólo al Tesoro) y de redes comerciales. Y por otro, nuestra industria y nuestros profesionales necesitan de proyectos. No podemos dependen de un proyecto público cada tanto, porque de esa manera las empresas no pueden sostener planteles. Tenemos que construir un modelo exportador sostenible, que nos genere divisas. Se puede hacer, está la gente, están las empresas. Hay que abrirse y cambiar el modelo. Los nuevos modelos de reactores de los que hablábamos antes incluyen un elemento que es clave en todo esto. Para lograr competitividad, los nuevos reactores se fabricarán en serie, en una planta, integrando los componentes fabricados alrededor del mundo, siguiendo un poco el modelo de la industria aerocomercial. Hay más de 25 proyectos alrededor del mundo, y estoy más que seguro de que algunos de ellos se instalarían acá si Argentina les facilitara un poco las cosas. Porque nosotros tenemos todo: recursos humanos, conocimiento, empresas, y un cluster de I+D con centro en la CNEA que puede resultar en un combo más que atractivo. Sé del entusiasmo que Argentina genera afuera. Pero para eso le tenemos que perder el miedo a la apertura hacia el mundo. No nos va a afectar negativamente sino todo lo contrario. Las empresas van a invertir más, más ingenieros van a elegir la especialidad nuclear, la CNEA podrá asociarse vendiendo conocimiento. La oportunidad está, pero no nos va a esperar eternamente. Tenemos que ponernos a la altura.
En algún momento, ¿podrá la humanidad controlar la técnica de fusión nuclear?
Eso seguramente ocurrirá. La ciencia ya logró desarrollar modelos que reproducen muy bien cómo es posible la fusión nuclear controlada. Y hay proyectos muy avanzados en ese sentido. Y la fusión nuclear controlada sería como “el final de todas las cosas” en materia de generación de energía: energía limpia, sin residuos y casi sin riesgos en cantidades casi infinitas. Lo que no tengo tan claro, y más bien tiendo a pensar que no, es si va a ocurrir dentro del ciclo de transición energética que estamos viviendo hoy, lo que implica preguntar si va a ser una opción viable como solución al problema climático dentro de los plazos de los acuerdos climáticos a los que está llegando el mundo. Para que una tecnología sea una solución accesible tiene que pasar -a grandes rasgos- por tres hitos: un modelo científico viable, un prototipo que demuestre que ese modelo funciona de manera consistente y estable, y un modelo comercial competitivo. Estamos apenas en el primer hito. Es bueno que se siga invirtiendo en fusión (y hay muchos modelos desarrollándose) pero no le pidamos lo que no nos puede dar hoy. Ojalá se acelere el proceso, habrá que estar atento.
Fuente: El Economista