Litio, cobalto y tierras raras: la carrera por los recursos pospetróleo
Gracias a su mismo nombre –energía renovable–, podemos imaginar un porvenir no muy lejano en que desaparecerá nuestra dependencia de combustibles no renovables como el petróleo, el gas natural y el carbón. En efecto, el gobierno de Joe Biden ha anunciado que se ha propuesto como objetivo eliminar totalmente la dependencia de EE.UU. de estos combustibles no renovables para la producción de electricidad de aquí a 2035. Pretende alcanzar este objetivo “desplegando recursos de producción de electricidad sin contaminación por carbono”, principalmente la energía perpetua del viento y del sol.
Visto que otros países emprenden la misma vía, resulta tentador concluir que pronto pasará a ser historia la época en que la competencia en torno a recursos energéticos limitados era una causa recurrente de conflictos. Lamentablemente, esto no es cierto: si el sol y el viento son efectivamente renovables hasta el infinito, los materiales necesarios para convertir estos recursos en electricidad –minerales como el cobalto, el cobre, el litio, el níquel y los elementos de tierras raras, o ETR– son todo menos renovables. Algunos de ellos, de hecho, son mucho más raros que el petróleo, lo que nos hace pensar que los conflictos mundiales en torno a recursos vitales bien podrían no desaparecer en la era de las energías renovables.
Para comprender esta paradoja inesperada, es preciso examinar cómo las energías eólica y solar se transforman en formas utilizables de electricidad y de propulsión. La energía solar se capta en gran parte mediante células fotovoltaicas [paneles solares fotovoltaicos], a menudo instalados en gran número [las huertas solares], mientras que el viento se aprovecha mediante turbinas gigantes que suelen desplegarse en vastos parques eólicos. Para utilizar la electricidad en el transporte, los automóviles y camiones han de estar equipados con baterías perfeccionadas, capaces de mantener una carga a lo largo de grandes distancias. Cada uno de estos equipos utiliza cantidades notables de cobre para transmitir la electricidad, así como una variedad de otros minerales no renovables. Los molinos eólicos, por ejemplo, requieren manganeso, molibdeno, níquel, zinc y tierras raras para sus generadores eléctricos, mientras que los vehículos eléctricos (VE) necesitan cobalto, grafito, litio, manganeso y tierras raras para sus motores y baterías.
Hoy por hoy, dado que la energía eólica y la solar solo representan el 7% de la producción mundial de electricidad y que menos del 1% de todos los vehículos que circulan son eléctricos, la producción de estos minerales es más o menos suficiente para satisfacer la demanda mundial. Claro que si EE UU y otros países optan realmente por un futuro energético verde, tal como plantea del presidente Biden, la demanda de estos minerales crecerá rápidamente y la producción mundial no podrá responder ni de lejos a las necesidades previstas.
Según un estudio de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), titulado The Role of Critical Minerals in Clean Energy Transitions, la demanda de litio en 2040 podría ser 50 veces superior a la actual, y la de cobalto y grafito 30 veces superior si el mundo se apresura a reemplazar los vehículos que funcionan con petróleo por vehículos eléctricos. Este aumento de la demanda incitará sin duda a la industria a desarrollar nuevas fuentes de abastecimiento de estos minerales, pero las fuentes potenciales son limitadas y su puesta en servicio será costosa y complicada. Es decir, el mundo podrá verse sometido a importantes penurias de materiales críticos. (“Ahora que la transición hacia las energías limpias se acelera a escala mundial –señala siniestramente el informe de la AIE– y que proliferan cada vez más los paneles solares, los molinos eólicos y los vehículos eléctricos, estos mercados de rápido crecimiento de los minerales claves podrían quedar expuestos a la volatilidad de precios, a la influencia geopolítica e incluso a dificultades de aprovisionamiento.”)
Y una complicación añadida: con respecto a algunos materiales más críticos, en particular el litio, el cobalto y los elementos de tierras raras, la producción está muy concentrada en unos pocos países, una realidad que podría dar pie al tipo de conflictos geopolíticos que ya jalonaron la dependencia del mundo con respecto a las grandes fuentes de petróleo. Según la AIE, un único país, la República Democrática de Congo (RDC), suministra actualmente más del 80% del cobalto mundial, y otro –China–, el 70% de los elementos de tierras raras. Asimismo, la producción de litio se concentra en lo esencial en dos países, Argentina y Chile, que representan conjuntamente cerca del 80% de la oferta mundial, mientras que cuatro países –Argentina, Chile, y Perú– suministran la mayor parte de nuestro cobre. Es decir, estas reservas futuras están mucho más concentradas en un número mucho más restringido de países que el petróleo y el gas natural, un dato que hace que los analistas de la AIE se inquieten ante las futuras luchas por el acceso a estos recursos.
Del petróleo al litio: las implicaciones geopolíticas, de la revolución del automóvil eléctrico
Es bien conocido el papel del petróleo en la configuración de la geopolítica mundial. Desde que el petróleo pasó a ser esencial para el transporte mundial –y por tanto para el funcionamiento de la economía mundial–, se ha considerado, por razones evidentes, un recurso estratégico. Puesto que las mayores concentraciones de petróleo se hallan en Oriente Medio, una región históricamente alejada de los principales centros de actividad industrial en Europa y Norteamérica y sujeta regularmente a convulsiones políticas, las principales naciones importadoras trataron durante mucho tiempo de ejercer cierto control sobre la producción y la exportación de petróleo de esta región. Esto dio lugar a un imperialismo de nivel superior sobre los recursos. Comenzó después de la Primera Guerra Mundial, cuando Gran Bretaña y las demás potencias europeas se disputaron el control colonial de las zonas petrolíferas de la región del Golfo Pérsico. Esa lucha continuó tras la Segunda Guerra Mundial, cuando EE UU entró espectacularmente en esta competición.
Para EE UU, garantizar el acceso al petróleo de Oriente Medio pasó a ser una prioridad estratégica tras las crisis del petróleo de 1973 y 1979, la primera causada por un embargo petrolero árabe en represalia por el apoyo de Washington a Israel en la guerra de octubre de aquel año, y la segunda por una interrupción de los suministros provocada por la revolución islámica en Irán. En respuesta a las colas interminables ante las gasolineras de EE UU y a las recesiones subsiguientes, los sucesivos presidentes se comprometieron a proteger las importaciones de petróleo por todos los medios necesarios, incluido el uso de la fuerza armada. Es la postura que llevó al presidente George H. W. Bush [1989-1993] a librar la primera guerra del Golfo contra el Irak de Sadam Husein en 1991 y a su hijo [George W. Bush, 2001-2009] a invadir ese mismo país en 2003.
En 2021, EE UU ya no depende tanto del petróleo de Oriente Medio, dada la amplitud de la explotación mediante la tecnología de fracturación hidráulica de los yacimientos nacionales de esquistos y otras rocas impregnadas de petróleo. Sin embargo, el vínculo entre el consumo de petróleo y los conflictos geopolíticos no ha desaparecido. La mayoría de analistas piensa que el petróleo seguirá aportando una parte importante de la energía mundial en las próximas décadas, lo que no dejará de suscitar luchas políticas y militares en torno a las reservas restantes. Por ejemplo, ya han estallado conflictos en relación con las reservas extraterritoriales en los mares de China Meridional y Oriental. Ciertos analistas predicen también una lucha por el control de los yacimientos petrolíferos y minerales no explotados de la región ártica.
He aquí, por tanto, la cuestión que se plantea: ¿cambiará todo esto el fuerte aumento de usuarios de automóviles eléctricos? La cuota de mercado de los automóviles eléctricos ya aumenta rápidamente y se calcula que alcanzará el 15% de las ventas mundiales en 2030. Las grandes fábricas de automóviles invierten masivamente en este tipo de vehículos, anticipando un fuerte crecimiento de la demanda. En 2020 había en el mundo alrededor de 370 modelos de automóviles eléctricos disponibles en el comercio –lo que supone un aumento del 40% con respecto a 2019–, y los principales fabricantes han anunciado su intención de aportar 450 modelos suplementarios de aquí a 2022. Además, General Motors ha anunciado su intención de suprimir completamente los vehículos de gasolina y gasóleo convencionales de aquí a 2035, mientras que el director general de Volvo ha afirmado que en 2030 la empresa no venderá más que vehículos eléctricos.
Cabe pensar razonablemente que esta evolución no hará más que acelerarse, con profundas consecuencias para el comercio mundial de recursos. Según la AIE, un vehículo eléctrico típico precisa seis veces más insumos minerales que un vehículo clásico que funciona con petróleo. Se trata en particular de cobre para el cableado eléctrico, así como de cobalto, grafito, litio y níquel, necesarios para garantizar las prestaciones, la longevidad y la densidad energética (la energía producida por unidad de peso) de la batería. Además, los elementos de tierras raras serán esenciales para los imanes permanentes instalados en los motores eléctricos.
El litio, componente principal de las baterías de iones de litio, utilizadas en la mayoría de vehículos eléctricos, es el metal más ligero que se conoce. Aunque está presente tanto en los depósitos de arcilla como en minerales compuestos, raramente se da en concentraciones fácilmente explotables, si bien también puede extraerse de la salmuera en regiones como el Salar de Uyuni en Bolivia, la extensión de sal más grande del mundo. Actualmente, alrededor del 58% del litio mundial proviene de Australia, el 20% de Chile, el 11% de China, el 6% de Argentina y en proporciones menores de otros países. Una empresa estadounidense, Lithium Americas, está a punto de iniciar la extracción de cantidades importantes de litio de un yacimiento de arcilla en el norte de Nevada, pero choca con la resistencia de los ganaderos locales y la población indígena, que temen la contaminación de sus reservas de agua.
El cobalto es otro componente clave de las baterías de iones de litio. No es frecuente encontrarlo en yacimientos puros y casi siempre se obtiene como subproducto de la extracción de cobre y níquel. Actualmente se produce casi en su totalidad a partir de la extracción de cobre en la RDC, país caótico asolado por conflictos violentos, principalmente en el llamado cinturón de cobre de la provincia de Katanga, una región que en el pasado había intentado separarse del resto del país y que todavía muestra veleidades secesionistas.
Los elementos de tierras raras engloban un grupo de 17 sustancias metálicas dispersas en la corteza terrestre, pero rara vez se hallan en concentraciones explotables. Varias de ellas son esenciales para las futuras soluciones energéticas verdes, especialmente el disprosio, el lantano, el neodimio y el terbio. Utilizados en aleaciones con otros minerales, contribuyen a perpetuar la magnetización de los motores eléctricos en condiciones de alta temperatura, un requisito clave para los vehículos eléctricos y los aerogeneradores. Actualmente, alrededor del 70% de los elementos de tierras raras provienen de China, tal vez un 12% de Australia y el 8% de EE UU.
Una simple ojeada a la localización de estas concentraciones revela que la transición a la energía verde que plantean el presidente Biden y otros líderes mundiales podría chocar con graves problemas geopolíticos, que no dejan de recordar los que generó en el pasado la dependencia del petróleo. Para empezar, la nación más poderosa del planeta desde el punto de vista militar, EE UU, no puede aprovisionarse más que de pequeñas cantidades de ETR, así como de otros minerales esenciales, como el níquel y el zinc, para las tecnologías verdes avanzadas. Si Australia, una fiel aliada, seguirá siendo sin duda una proveedora importante de algunos de ellos, China, considerada cada vez más como adversaria, es crucial con respecto a los ETR. Congo, uno de los países más devastados del planeta por las guerras, es el principal productor de cobalto. Por tanto, no pensemos ni por un instante que la transición a un futuro basado en las energías renovables será fácil o estará exenta de conflictos.
El choque que viene
Ante la perspectiva de un abastecimiento insuficiente o de la dificultad de acceso a estos materiales críticos, los estrategas de la energía ya reclaman un esfuerzo importante por desarrollar nuevas fuentes de aprovisionamiento en el mayor número de lugares posible. “Hoy, los planes de abastecimiento y de inversión en relación con numerosos minerales críticos están bastante lejos de lo que hace falta para sostener un despliegue acelerado de paneles solares, aerogeneradores y vehículos eléctricos –ha declarado Fatih Birol, director ejecutivo de la AIE–. Estos riesgos son reales, pero se pueden superar. La respuesta de las autoridades políticas y de las empresas determinará si los minerales decisivos siguen siendo un catalizador esencial para las transiciones energéticas limpias o se convierten en un cuello de botella en el proceso.”
Sin embargo, como Fatih Birol y sus socios de la AIE han señalado con toda claridad, superar los obstáculos que dificultan el aumento de la producción de minerales será todo menos fácil. Para empezar, el lanzamiento de nuevos proyectos mineros puede resultar extraordinariamente costoso y encerrar numerosos riesgos. Las empresas mineras pueden estar dispuestas a invertir miles de millones de dólares en un país como Australia, donde el régimen jurídico es acogedor y donde pueden esperar protección frente a expropiaciones o guerras futuras, pero numerosas fuentes minerales prometedoras se hallan en países como la RDC, Myanmar, Perú y Rusia, donde esas condiciones apenas se dan. Por ejemplo, los disturbios actuales en Myanmar, un importante productor de determinados elementos de tierras raras, ya han suscitado inquietud con respecto a su futura disponibilidad y provocado un alza de los precios.
El descenso de la calidad de los minerales preocupa. Con respecto a los yacimientos mineros, el planeta ha sido objeto de búsquedas sistemáticas, según los casos desde la edad de bronce, y buen número de ellos se descubrieron hace tiempo y se explotan desde entonces. “Estos últimos años, la calidad de los minerales ha seguido disminuyendo con respecto a toda una serie de productos básicos –señala la AIE en su informe sobre los minerales cruciales y las tecnologías verdes–. Por ejemplo, el contenido medio del mineral de cobre en Chile ha disminuido un 30% en los últimos 15 años. La extracción del contenido metálico de minerales de menor contenido requiere más energía, lo que presiona al alza el coste de producción e incrementa las emisiones de gases de efecto invernadero y el volumen de los residuos”.
Además, la extracción de minerales de formaciones rocosas subterráneas implica a menudo el uso de ácidos y otras sustancias tóxicas y requiere en general grandes cantidades de agua, que resulta contaminada después de su uso. Este problema se ha agravado a raíz de la promulgación de leyes sobre la protección ambiental y de la movilización de las comunidades locales. En numerosas regiones del mundo, como en Nevada en relación con el litio, los renovados esfuerzos de extracción y tratamiento del mineral chocarán con una oposición local cada vez más combativa. Por ejemplo, cuando la empresa australiana Lynas Corporation trató de eludir la legislación ambiental australiana trasladando a Malasia los minerales de su mina de tierras raras de Mount Weld para tratarlos allí, los movimientos locales organizaron una prolongada campaña para impedírselo.
Para Washington, tal vez ningún problema es más espinoso –ya que se trata de la disponibilidad de materiales esenciales para una revolución verde– que el deterioro de sus relaciones con Pekín. Después de todo, China suministra actualmente el 70% de las tierras raras del mundo y dispone de importantes yacimientos de otros minerales esenciales. Además, este país se encarga del refino y tratamiento de numerosos materiales claves que se extraen en otros países. De hecho, en lo tocante al tratamiento de minerales, las cifras son chocantes. China tal vez no produce grandes cantidades de cobalto o de níquel, pero realiza el tratamiento de alrededor del 65% del cobalto y del 35% del níquel que se comercializan en todo el mundo. Si China produce el 11% del litio mundial, dispone de cerca del 60% del litio transformado. Por otro lado, en lo relativo a los elementos de tierras raras, China domina de manera apabullante: no solo suministra el 60% de las materias primas del mundo, sino también cerca del 90% de los ETR transformados.
Simplificando podemos decir que es imposible que EE UU u otros países puedan emprender una transición masiva de los combustibles fósiles a una economía basada en las energías renovables sin cooperar económicamente con China. No cabe duda de que se hará todo lo posible por reducir este grado de dependencia, pero no se ve ninguna perspectiva realista, dentro de un futuro previsible, de eliminar la dependencia de China con respecto a las tierras raras, el litio y otros materiales claves. En otras palabras, si EE UU pasa de una postura algo parecida a la de la guerra fría con respecto a Pekín a otra todavía más hostil, y si emprende nuevos intentos de tipo trumpiano de desacoplar su economía de la de la República Popular, como preconizan numerosos halcones del Congreso, no cabe duda de que el gobierno de Biden tendrá que abandonar sus planes con vistas a un futuro energético verde.
Obviamente, es posible imaginar un futuro en que las naciones comiencen a disputarse las reservas mundiales de minerales esenciales, del mismo modo que en tiempos se disputaron el petróleo. Al mismo tiempo, es perfectamente posible concebir un mundo en el que países como el nuestro abandonan simplemente sus planes de un futuro energético verde por falta de materias primas adecuadas y relanzan las guerras del petróleo del pasado. En un planeta ya de por sí sobrecalentado, esto conduciría a un caos civilizatorio peor que la muerte.
En realidad, Washington y Pekín apenas tienen otra alternativa que colaborar entre ellos y con otros muchos países para acelerar la transición a la energía verde, abriendo nuevas minas e instalaciones de tratamiento de los minerales esenciales, desarrollando sustitutos de los materiales escasos, mejorando las técnicas de explotación minera para reducir los riesgos ambientales y aumentando sustancialmente el reciclado de los minerales vitales de las baterías y otros productos usados. Toda otra alternativa será sin duda un desastre de primer orden, o algo peor.
Fuente: Michael T. Klare, para Rebelión.
Michael T. Klare enseña en el Hampshire College (Massachusetts) y escribe para el semanario The Nation sobre cuestiones relativas a la guerra y la paz.
Fuente original del artículo: A’l encontre