«Megaminería»: el concepto que no existe y en el que basan la campaña del miedo
La palabra es repetida por muchas personas, pero técnicamente hablando se trata de un concepto que no sirve para poder dimensionar un proyecto minero. A pesar de eso, es altamente efectivo en las campañas del miedo que se han llevado adelante en Mendoza.
Gran parte de la desinformación que existe en la población general respecto a la actividad minera tiene su origen en las campañas que se han realizado en contra de la industria. Ya lo decía bien Eddy Lavandaio en una perfecta cronología durante el «Foro Metalmecánica y Minería» en la que mostró cómo se fue generando esta opinión negativa a partir de discursos que ahora están casi incrustados en nuestra sociedad.
Dentro de esas campañas del miedo, un concepto que instalaron y que mucha gente repite es el de «megaminería», el cual en primera instancia estaría refiriéndose a proyectos gigantescos a los cuales hay que temer y a los que debemos cerrar la puerta.
Pues bien, cuando comenzamos a analizar, nada más se trata de un concepto antiminero que, en las clasificaciones técnicas o diferenciadoras de los distintos tipos de proyectos, no se encuentra por ninguna parte porque no sirve para clasificar la actividad.
Según el Código de Minería de la Nación, podemos hablar de tres categorías en la actividad. En un repaso rápido en la primera categoría están las sustancias metalíferas como la plata, platino, mercurio, cobre, hierro, oro, litio, potasio y otros. La segunda categoría considera los no metalíferos y los de la tercera categoría comprenden a los áridos, carbonatos, el yeso y otros similares.
Ahora, si vamos al volumen del proyecto, por decirlo de alguna manera, tampoco nos encontramos con ese concepto. Allí hablamos de su nivel de inversión, el tamaño y el volumen de su producció. En este caso, hablamos de pequeña, mediana o gran minería, pero nunca de «megaminería». Dentro de esas divisiones también hay proyectos más grandes o más pequeños, pero con inversiones que para cualquier otra industria serían impensadas.
Esas clasificaciones se utilizan para definir cada proyecto porque sirven para marcar diferencias reales en cuanto a la operación y producción, pero si usamos el discurso antiminero, suena mucho mejor decir «mega», porque si lo que queremos generar es temor, es más efectivo.
Para graficarlo mejor, vamos con un ejemplo. Para los antimineros en San Juan hay «megaminería» y el proyecto más importante es Josemaría. Se comenzará a construir en el corto plazo y que significaría una inversión de US$4.100 millones. La producción anual rondará las 130.000 toneladas de cobre.
Considerando que para el discurso «anti» ese proyecto es «mega», no habría clasificación posible -por ejemplo- para Minera Escondida, proyecto emblemático del norte de Chile que en la Región de Antofagasta produce más de un millón de toneladas de cobre por año. Para 2022 proyectan entre 1,02 millones y 1,08 millones de toneladas de cobre fino.
Si para referirse a un proyecto con una producción 10 veces menor hablan de «megaminería», de qué hablamos en el caso de los demás proyectos que existen en Chile, por ejemplo, y que son mucho más grandes que los que existen en la Argentina. En el vecino país han marcado el desarrollo y funcionan, como se ha repetido en muchas ocasiones, incluso en convivencia con la agricultura y la vitivinicultura.
En este caso nos referimos un neologismo que para la discusión técnica no tiene valor, porque no servirá para dimensionar de lo que estamos hablando. Por eso no nos debe de extrañar, ya que en Mendoza cuando se mencionaba el proyecto San Jorge se hablaba de «megaminería», a pesar de que su producción sería la mitad de Josemaría y 20 veces menor a la de Escondida. Claro, para la provincia una inversión de US$600 millones es muchísimo para activar la economía. Sobretodo en un contexto en que no llega un peso que no venga de las transferencias para Portezuelo. Son números importantes para Mendoza, pero tampoco podemos calificarlos de «mega», porque en un sólo proyecto minero San Juan recibirá una inversión genuina con las que se podrían hacer cuatro «obras del siglo».
Claramente a las campañas antimineras no les importa discutir estos temas, porque para quienes se oponen, es mejor estar siempre gritando que el agua de Mendoza no se negocia. Para el objetivo que ellos buscan siempre es mejor mantener la discusión en las calles, con cortes y con el status quo que tan cómodos los tiene.
Fuente: Memo