Valor agregado en Vaca Muerta: un multiplicador de desarrollo (y dólares)
Es un dato conocido que la Argentina cuenta con reservas de shale oil que la ubican prácticamente en el cuarto lugar entre las más relevantes del planeta. Al margen de esto último, e incluso si pusiésemos a un costado las grandes extensiones ubicadas en el mar que pueden ser exploradas y donde es probable que puedan hallarse mayores reservas, acotándonos solamente al shale gas, entonces allí el país escala hasta el segundo lugar.
Por eso se entiende que, en un momento crítico en términos económicos, el presidente Alberto Fernández haya dado dos señales concretas esta semana de que el sector de los hidrocarburos es cave y estratégico. Por un lado, en un acto en el partido bonaerense de Avellaneda, el presidente participó de un anuncio de inversiones por 715 millones de dólares en los próximos tres años de la refinería Raízen, licenciataria de la marca Shell. La inversión se destinará al desarrollo de una nueva línea de producción de combustibles; al aumento de la capacidad de procesamiento en la refinería; y la mejora de eficiencia energética e incorporación de nuevas prácticas ambientales.
De esa forma, se generarán más de 4.000 nuevos puestos de trabajo y se priorizará la contratación de empresas del sector pyme nacional, lo que impactará en la creación de puestos de trabajo indirecto.
El otro de los capítulos relevantes en los últimos días, el primer mandatario presentó en Vaca Muerta el Plan Gas, programa que tiene como objetivo incentivar la inversión y la producción para satisfacer la demanda interna, sustituir importaciones y potenciar el empleo, generando un ahorro por unos u$s5.629 millones y un ahorro fiscal de u$s1.172 millones hasta 2023. La fórmula es la conocida: invertir en Argentina para que se desarrolle. Lo dijo Fernández durante el acto llevado a cabo en el yacimiento de Loma Campana, situado en la localidad neuquina de Añelo. Pero dijo algo más: “implicará dejar de pensar en importar gas, que son divisas que se van del país y por las que todos sufrimos”. Hay que subrayar que en todo lo anunciado, la clave está en YPF, a partir de una inversión de u$s1.800 millones para los próximos tres años, que sumará a otras inversiones de empresas vinculadas a la producción en Vaca Muerta que también son parte de este plan de desarrollo.
Con el Esquema Gas 2020-2023, el Gobierno planteó como “objetivos específicos” “detener el declino de la producción; sustituir más de 18.000 millones de m3 de gas y trabajo importado; incrementar de forma proporcional y progresiva del Valor Agregado Nacional en empleo; incrementar la recaudación fiscal: a nivel nacional, provincial y municipal, en u$s2.525 millones; e incrementar la inversión: el monto de la inversión de las Empresas Productoras a lo largo del Esquema será equivalente a u$s5.000 millones”.
Dentro de las principales ventajas, se desataca que con el Esquema Gas se generará un ahorro de divisas por u$s5.629 millones, debido en parte a una sustitución de importaciones de 18.317 millones de m3. Además, se generará un incremento en la recaudación estimado en u$s2.525 millones y un ahorro fiscal de u$s1.172 millones.
Ambos anuncios son representativos de una tradición que hay que recuperar. Fomentar la inversión del sector privado, las alianzas en marcha, y también reservarle un lugar a la empresa de capital mixto que es YPF, importantísima en el desarrollo del sector y la principal productora de shale en Vaca Muerta. Pero le siguen otras de igual importancia. Shell Argentina, Vista Oil & Gas y Pan American Energy son muy relevantes en esa materia. Luego se ubican Pluspetrol y Tecpetrol. El camino elegido debería servir para poner proa a la industrialización de la cadena de valor del sector, ya que uno de los peligros es que la necesidad de dólares nos haga quedarnos en la primarización de la producción hidrocarburífera.
Tras los anuncios, una de las primeras reacciones positivas se registró en la Cámara de Exploración y Producción de Hidrocarburos (CEPH), que consideró que el programa se convertirá en un efecto multiplicador en términos de empleo y actividad, como así también en el pago de impuestos nacionales, regalías e ingresos brutos para las provincias.
No es vano repetir que en la medida que se industrialice el sector, aparecen otros estímulos derivados de este. En rigor, se da un crecimiento de la cadena de valor, puestos de trabajo y, si se lo piensa, crece la cantidad de dólares que se obtienen en comparación con la exportación primaria del recurso. El objetivo está ahí nomás: producir más y mejores combustibles, productos petroquímicos y otros derivados, lograr que esos productos puedan abrirse un lugar en el mercado doméstico pero también que puedan acceder a otras plazas mundiales. El negocio exportador, que debe ser uno de los objetivos inmediatos a partir de la falta de divisas, no debe tapar la extrema necesidad de crear trabajo genuino en un sector que resultará estratégico, y para ello hace faltan políticas que puedan sostenerse en el tiempo. Lo ha hecho Estados Unidos con el shale y debe hacerlo la Argentina.
Fuente: ámbito.com